jueves, 30 de junio de 2011

Hotel de los disparates V




No obtuvo ese placer, pero de ahí le quedó una obsesión por la perfumería que ya nunca le abandonó. Investigó en bibliotecas el sutil arte de la perfumería; se entrevistó con los perfumistas más acreditados y se gastó sus ahorros en construir un laboratorio, contratando químicos y perfumistas y cuando ni aún así obtuvo el perfume que buscaba desesperado se dedicó a encargar perfumes a las mejores tiendas del ramo y a comprar cuanto frasco de colonia halló a su paso, desde lo más barato a lo más costoso, “chic” y elegante.
Uno de sus secretos mejor guardados, alguno se atrevería a decir que su perversión más horripilante, era la de encerrarse a cal y canto en su dormitorio, vestirse con trajes de la época barroca que encargaba en secreto a modistos de prestigio y en ponerse pelucas estrambóticas, también encargadas a los mejores profesionales del ramo. De esta guisa se paseaba una y otra vez, dando vueltas y más vueltas, como un tiovivo a su cuarto, cargadito de espejos de cuerpo entero, situados de forma estratégica para que los efectos visuales fueran “epatantes”.
Por supuesto que esta etapa vino después de que pasara a mejor fortuna. Abandonó la universidad y cuando comenzó a ser muy conocido en ambientes perfumistas aceptó una oferta de una conocida casa de perfumes como asesor. Su trabajo consistía en probar todos los perfumes, colonias, alter shave y toda clase de potingues. Su gusto era infalible. Si a él le gustaba algo, inmediatamente era descartado por la junta de accionistas. Esto ocurrió tras el batacazo que se dio una nueva directora general, quien no aceptó el consejo de sus asesores y decidió sacar al mercado una serie de productos que habían encandilado las narices de Pestolazzi. El fracaso resultó tan estrepitoso que desde ese mismo instante decidió contratar a nuestro amigo, por una elevada suma anual y en exclusiva. Por varios departamentos, incluido el de contabilidad, se trabajó en un exhaustivo informe cuyas conclusiones fueron absolutamente contundentes. El infalible olfato de Pestolazzi les ahorraría ingentes sumas en experimentación y lanzamiento de productos. Tan solo era preciso crear algo en el laboratorio, entregarle el frasquito a esta nariz prodigiosa y así sabrían, con un cien por cien de fiabilidad si el producto sería un éxito o un fracaso. Bastaba con hacer lo contrario que aconsejara Pestolazzi. Si le encandilaba sería un fracaso estrepitoso, mejor arrojarlo a la basura sin hurgar más en la herida; si le resultaba indiferente tenía algunas posibilidades de éxito y merecía la pena trabajarlo un poco más y encargar al departamento de marketing una buena campaña y si le disgustaba profundamente entonces sería un éxito apoteósico, nada de matizarlo ni refinarlo, tal cual lo había olido la nariz de Pestolazzi, así se lanzaba al mercado.
Pestolazzi llegó a mejor fortuna de esta manera tan chusca. Pero cómo y por qué fue contratado como director del hotel “Joie de vivre”, mejor lo cuento en otra ocasión. Es un tema un tanto oscuro e intrincado que me exigirá documentarme a fondo durante un tiempo.




El director, entre casting y casting, se dedicó a telefonear a las más importante sfiguras de la restauración y el turismo. El primero en recibir su llamada fue Iñaki Lizorno, cocinero postmoderno y uno de los más afamados chef del momento. Por suerte se encontraba disfrutando de unas merecidas vacaciones en el Caribe. Aceptó la invitación para permanecer un tiempo en el hotel, gratis, así se haría una idea de lo que le esperaba y podría tomar la decisión final con un mínimo de garantías. En realidad lo que Iñaki buscaba era prolongar sus vacaciones sin gastarse un céntimo. Solo se comprometió a probar las cocinas y las posibilidades gastronómicas que ofrecían los productos de la tierra. Pestolazzi aceptó encantado todas sus condiciones. Teniendo en cuenta que el dinero lo ponía el consorcio de millonarios y que le habían dado carta blanca para organizar el hotel a su manera, siempre que hubiera suficientes huéspedes y ganancias, tendremos que admitir que la generosidad de Pestolazzi era tan evidente como la de Iñaki.
Para llenar el hotel a corto plazo creía tener un plan infalible. El hecho de que el consorcio de millonarios aceptara su propuesta con tanto candor nos hace sospechar que siempre desconocieron su antiguo trabajo de asesor perfumista o bien que les sobraba el dinero y preferían gastarlo en una experiencia divertida antes que reducirlo a cenizas en el horno de la cocina. Aunque es cierto que los millonarios son todos muy suyos no podemos caer en la ingenuidad de creer que son tontos, ni uno solo de ellos, en otro caso jamás habrían llegado a millonarios.
Pestolazzi hizo otras llamadas que no vamos a reseñar porque una narración no es la vida, plagada de pequeños detalles engarzados cronológicamente, que no pueden ser detallados en una obra de ficción, de otra manera una novela duraría toda una vida y parte de la siguiente. Baste con que sepamos que Pestolazzi estaba dispuesto a transformar el hotel (de alguna manera era suyo, o eso pensaba) en el mejor del mundo y para ello pensaba contratar a los mejores, no los segundos mejores, sino los primeros y les iba a exigir lo mejor de sí mismos. Nada de medias tintas.
Abandonemos por un rato el hotel y centrémonos en el país. De él se había hecho cargo, provisionalmente y hasta las elecciones, un hombre e paja, porque el auténtico dueño era el consorcio de millonarios. No nos engañemos. Poderoso caballero es don Dinero, que dijo Quevedo. El es el amo y señor de nuestras vidas. No los políticos, hombres de paja; ni los militares, hombres de armas y destrucción.



El hombre e paja puesto por el consorcio al frente del país era un desconocido, o al menos lo era su nombre, porque en aquel lugar todos le conocían como Don Pajita, hombre de paja, pelota y lameculos profesional. Él era el presidente del nuevo gobierno, formado por más hombres de paja, designados a dedo alzado por el consorcio de millonarios.
Lo primero que hizo el nuevo gobierno fue cerrar las fronteras y nombrar , entre hombres y mujeres de confianza, un selectro cuerpo de aduaneros que fueron instalados en cabinas de plesiglás, compradas a la empresa de uno de los millonarios y a cargo de los próximos presupuestos. Las cabinas eran una auténtica sauna y una auténtica mierda, si le permiten esta expresión a un narrador que se precie (yo me precio muy poco, comida y techo). Se autorizó una indumentaria fresca, bañador por ejemplo, aunque eso sí todos los bañadores iguales, en plan uniforme, con el escudo de aduanas en el bolsillo delantero. Se les facilitó un botijo con agua potable, un depósito, al lado de la cabina, para ducharse hasta que se acabara el agua y una calculadora pequeña y muy sofisticada. Su misión: recaudar impuestos y tasas aduaneras.
Por suerte o por desgracia, nunca se sabe, las fronteras son como el campo, al que no se puede poner vallas. Las negociaciones del Consorcio para la independencia del nuevo país, Alegría, fueron muy, muy duras. De hecho las fronteras no son las que todo el mundo quería. Las montañas Colibrí suponían una frontera natural del nuevo país, les hubiera ahorrado muchos quebraderos de cabeza a los aduaneros, pero por desgracia hubo que ceder a la testarudez del gobierno dictatorial, quien se plantó: queremos las montañas Colibrí para nosotros o no habrá independencia. Eso fue todo.

La Torre de Babel V




Maribél es la mujer más hermosa del mundo, la más explosiva después del explosivo plástico, la más despampanante después de las narices de Cleopatra, y lo que algunos machistas pensarán es una tomadura de pelo, pero es cierto, lo juro, y la más inteligente y culta del planeta, por encima de todos los machos cultos e inteligentes que han sido nunca en la historia humana. Y no lo digo yo solo, a quien ciega su belleza y a quien ha vuelto “turulato” su cuerpo desnudo entre mis brazos (¡uff, me va a dar un infarto!), su amante apasionado durante un tiempo y desesperado desde entonces, sino que también lo dice la prensa rosa (El “Ola del mar” en su edición monográfica sobre ella, dice, y cito textualmente: nadie se explica cómo una mujer tan bella pueda ser tan inteligente al mismo tiempo) y el resto de revistas del corazón, que no vamos a citar y pueden ver los elogios de todos los machos de pacotilla en Play Boy, todos los que llegaron a conocerla, más o menos íntimamente, quienes dicen entre otras lindezas: me alegra haber pasado por tonto a su lado con tal de haber disfrutado del más sensual cuerpo de la historia humana.
Pero ya conocerán a esta diosa en su momento. Ahora me veo obligado a “finiquitar” esta presentación por razones de espacio y tiempo, y tal vez hasta de dimensión (me he salido de ella al hablar de Maribél). Esto lo haré de inmediato, aunque no sin antes hacerles saber que la mayoría de quienes recibieron el telegrama acudió de inmediato o lo más rápidamente posible, incluido Milarepa, al rascacielos de Montparnás y allí permanecerán durante meses, esperando su parte en la cuantiosa donación del millonario Slictik. En dicho edificio nadie sabía nada y tan solo un guardia de seguridad muy extraño y que dijo llamarse Karl Future, les permitió el paso, previa acreditación en debida forma y se desentendió luego de ellos, por lo que muchos buscaron sitios para dormir y saquearon los frigoríficos de las plantas y las cocinas del restaurante existente en la planta baja. No puedo decirles aún si el tiempo que pasaron allí, antes de entrar en posesión de la donación y de formar el holding y la fundación mencionados, terminó con todas las existencias, obligándoles a saquear los restaurantes cercanos o si por el contrario, pudieron sobrevivir hasta que el nuevo holding compró una cadena de alimentación. Y no puedo decírselo porque no es el momento, no porque no lo sepa. Lo que sí estoy en condiciones de mencionar es que yo fui el único que se vio obligado a comer en los bistrots más baratos del barrio porque Karl Future no me permitió el paso, alegando que yo no era uno de los personajes de Slictik, y por lo tanto mi intromisión no sería bien recibida. Gracias a Maribél que una noche salió a cenar a un bistrot, más que nada por despejar la cabeza, y tuve la suerte de que fuera el mío, y tuve la increíble suerte de que aceptara cenar conmigo, y luego ocurrió el milagro de que accediera a acostarse conmigo en mi modesto hotel. Pero esa es otra historia, pito y repito.
Y es así como permanecen un mes tras otro, peleándose constantemente entre sí. La gendarmería parisiense hace acto de presencia cada dos por tres. Les ha detenido repetidas veces por escándalo público, pero se ha visto obligada a ponerles de inmediato en libertad dado el guirigay que arma el millonario Slictik cada vez que esto sucede.
Por estos y otros motivos el rascacielos, propiedad de un tal Slictik (millonario excéntrico donde los halla) hecho acreditado ante la comisaría parisina por un conocido bufete de abogados que presentó en su momento escrituras públicas de compraventa, es conocido ya, con mucha sorna, como “La Torre de Babel”.
Muchos de sus huéspedes se entienden en español, algunos en inglés y otros en idiomas tan variopintos como desconocidos. Están en total desacuerdo con todo o casi todo, excepto en presentar como salvoconducto un telegrama de Slictik con el que se creen con derecho a todo.
Las cosas no mejoraron hasta que, poco antes de Navidad, hizo acto de presencia en el hotel un monje tibetano, vestido con la consabida túnica azafranada, quien dijo llamarse Milarepa y les exhortó a cuidar de sus almas, de su espiritualidad y a comportarse como hermanos. Entonces alguien repartió algunas hojas escritas en un ordenador portátil e impresas con un sello y logotipo de una empresa “Grupo Slictik, empresas variadas asociadas”. En dichas hojas se anunciaba que el rascacielos era suyo y de todos los que aparecían en la lista adjunta, como se confirmaría en escritura que les sería entregada tan pronto se pusieran de acuerdo y llegaran a formar una sociedad o fundación altruista.. Se les advertía de que nadie podría pedir la venta del rascacielos y el reembolso de la parte correspondiente. Las condiciones de la donación de Slictik eran drásticas:
-El rascacielos sería de todos o de ninguno.
-No podría ser vendido, pignorado, hipotecado o alquilado.
-Es condición inexcusable la creación de una empresa o fundación en la que todos sean socios a partes iguales. Parte de sus ganancias se dedicarán a fines sociales y entre sus numerosos planes y metas siempre tendrá que haber alguno dedicado al bien de la humanidad, en general.
-Aparte del bien inmueble, o sea el rascacielos, existen otros bienes, tales como deduda pública y otras inversiones en la Societé du Credit Française, que podrían ser empleados por la nueva fundación “ad limitum”.
-El millonario Slictik les da las gracias.

LA TORRE DE BABEL IV




Intuyo, porque no puedo saberlo todo, que el resto de los personajes o personas, según ellos, que conforman esta pintoresca historia, recibieron también un telegrama parecido en la parte del mundo donde se encontraran en ese momento. Milarepa iba recibiendo llamadas en su monte, conforme el sobresalto de los telegrafiados se hacía evidente. Su don telepático y otros poderes mentales, igualmente efectivos, le permitieron saber la personalidad y pensamientos de esas personas, a quienes conocería muy pronto. Eso era algo que Milarepa sabía muy bien. Cuando en el futuro conocería a persona concreta o entidad personal, alguien llamaba a la puerta de su mente –toc-toc- entonces él abría y allí estaba la persona desconocida, con sus pensamientos y sentimientos, de momento ajenos a su memoria y a su corazón, pero que con el tiempo formarían parte de su vida, aunque fuera solo un momento. Le sucedía desde que era muy jovencito, casi un niño, y su maestro, el lama Remposé, le había advertido que eso era algo natural en las personas evolucionadas. Su mente se adelanta al futuro y así pueden conocer antes de tiempo a quienes acabarán cruzándose en su camino antes o después.
Este era el caso de un tal doctor Sun, discípulo de Jung, quien tras una azarosa vida había recalado en el Hotel de los disparates, primero, y allí fue reclutado por un millonario excéntrico para dirigir como psiquiatra y jefe médico la dirección de la desconocida clínica mental, llamada Crazyworld, cuya historia se narra en otra parte.
El telegrama lo recibió el doctor Sun a bordo del crucero “Alegre pandilla”, solo que en inglés, un idioma que desconozco y no me voy a poner a hora a buscar en Google su traducción al inglés. A mí me lo dijeron en español y así queda. Dicho crucero estaba lleno de locos, de locos millonarios, claro, porque los locos normales nunca van en crucero. No es mi función explicar las razones, quiero que simplemente sepan que tras los asesinatos cometidos en Crazyworld, el millonario dueño del sanatorio y de la finca decidió embarcar a todos los pacientes en un crucero de lujo, para dar la vuelta al mundo, mientras se amortiguaba el escándalo generado por el conocimiento de un sanatorio mental para millonarios locos del que nadie había oído hablar, que no pagaba impuestos y no estaba registrado en ningún organismo público.
Me disculparán que me ahorre el trabajo incordiante de citar a todas las personas que fueron recibiendo el mentado telegrama a lo largo y ancho de las horas de dicho día y días subsiguientes y concomitantes. A lo largo de esta narración, larga como un día sin pan, y tan surrealista y real como la historia del propio Don Quijote, que escribiera Cervantes, irán conociendo a todos ellos, con su perfil sucinto y sus prolijas biografías no autorizadas, por supuesto, que aparecerían tiempo después en los archivos secretos de la nueva sociedad o holding internacional que se creara a raíz de que todos ellos entraran en posesión de la donación del millonario Slictik, quien exigió que sin la creación de una fundación sin ánimo de lucro, par ayudar a todas y cada una de las necesidades globalizadas de nuestro mundo ni el holding sería posible ni entraría nadie en posesión de los millones de dólares donados. Menos mal que el Sr. Aladro, abogadro y copartícipe en el holding, encontró la fórmula de hacer compatible la existencia de la nueva sociedad, de la fundación y de la evasión o tergiversación o ahorro de impuestos.
Debo decir, antes de que cualquier lector despistado se pregunte por mis fuentes de datos, si son fidedignas o no, que tuve acceso a las biografías no autorizadas de estos personajes, así como a otros papeles sellados con el muy conocido sello de “top-secret”, e incluso a documentos antiguos que se consideraban perdidos y de los que solo hablaré si es necesario. Y todo ello gracias a mi aventura sentimental con Maribél, la superconocida top modél. Me disculparán por sacar a la luz pública algo que debería permanecer en el ámbito más privado e íntimo de cada persona, pero cómo me iban a creer ustedes sino identificara mi fuente. El resto es pura debilidad humana. ¿Cómo podría yo vencer la tentación de anunciar a bombo y platillo, percusión y orquesta, una aventura erótica que muchos, todos, o bueno, casi todos, hubieran dado los ahorros de su vida y hasta una pierna o brazo o incluso la cabeza, que para poco sirve en estos tiempos, si con ello hubieran logrado acostarse con la mujer más bella, esplendorosa, sensual, piramidal, de curvas más potentes, la más “buenorra” y “macizorra” de toda la historia humana después de Marilyn Monroe. Y que me perdonen las feministas, si quieren, y sino que no lo hagan, pero es la verdad, la pura verdad y no me arrepiento de lo dicho.

lunes, 30 de mayo de 2011

LA TORRE DE BABEL III




LA TORRE DE BABEL III


UN RASCACIELOS EN MONTPARNÁS

Milarepa es un joven monje budista que llegó a Occidente hace ya tres o cuatro años para cumplir una misión que su maestro –cuyo nombre conserva en celoso secreto- le encargara. Teniendo en cuenta que entonces tenía catorce años y que ahora tiene veintiuno podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que nuestro amigo lleva danzando por aquí, y concretamente por España, unos seis o siete años.

España es un país que le gusta mucho, casi tanto como la tortilla de patata, que como es vegetariano ha resultado ser su plato preferido de la cocina española. Nada de callos a la madrileña o de paella de marisco. Un cocidito no estaría mal si solo tuviera garbanzos y un poco de berza y una sopa vegetal en lugar de la sabrosísima sopa de cocido que tiene el sabor del chorizo, el jamón, el tocino… ¡Dios nos libre de tanta carne que obtura los canales energéticos y que para obtenerla han tenido que ser sacrificados muchos animales!



Aquí, en España, un español gordito, obeso, calvo, barrigón, pero buena gente en general, se postró a sus pies, clamando: “milagro…milagro”. Había decidido convertirse y dejar su vida de pecado y perversión. Se hizo llamar Karmafinito y renunció a la lujuria –lo que no le costó mucho porque las mujeres no le hacían mucho caso, seamos sinceros- y a la gula –bueno, a esto intentó renunciar y el buen propósito le duró dos días, al tercero se comió un buen cocido a la madrileña- e intentó renunciar al mundo, al demonio y a la carne. Lo consiguió con los dos primeros, no así con el tercero. Quiero decir con la carne de comer, que de la otra hacía años que no se la servían en bandeja. Quiero decir la carne que no se come pero que nos gustaría comer… Bueno, dejémoslo, que me acabo de hacer un lío.

Milarepa estaba de rergeso en el Tibet, concretamente en el Potala, buscando un poco de tranquila meditación y los consejos de su maestro, porque después de aguantar a Karmafinito una temporada, el regreso a las soledades de su infancia se le hizo imprescindible.

Fue allí donde recibió, en fecha indeterminada, un telegrama firmado por un tal Slictik (¡vaya usted a saber de quién se trata, menudo nombrecito!)sin más apellidos, ni dirección, ni dato alguno que permitiera identificarlo a través de Google o contratando a un detective privado para que espiara su domicilio o simplemente visualizarlo a través del tercer ojo.


El telegrama había pasado ya por tantas manos que estaba muy arrugado, sucio y era apenas legible. Fue una suerte que Milarepa se encontrara en el Potala, porque de haber estado en alguna cueva, meditando, el telegrama habría llegado con tal retraso que la Torre de Babel se habría constituido como un holding empresarial a nivel mundial y con su blindaje en el Consejo de administración Milarepa no habría podido entrar ni con el tercer ojo.

Como ya hemos dicho, Milarepa era muy joven, tal vez veintiuno o veintidós años. Había viajado tanto, a pesar de su extrema juventud, que sabía casi todo de Occidente y conocía muy bien los legalismos que se gastan por allí para blindar todo lo material: contratos, edificios, poderes del Estado…Por estos y otros motivos había procurado preparar su mente para el combate en terreno adverso.

Su itinerario a través de Occidente había sido tan varado como productivo, espiritualmente hablando, incluso fue divertido en muchos momentos. Sí, recordaba con cariño la etapa de su casta vida en la que residió en el Hotel de los disparates, ubicado en el nuevo país caribeño, nacido o renacido recientemente a la independencia y llamado el País de la Alegría por muchos de sus convecinos y habitantes, vitales y optimistas por naturaleza..

Milarepa albergó durante un tiempo la esperanza de que aquel nuevo territorio fuera la semilla de un movimiento espiritual que contaminaría el mundo de bondad y globalizaría los valores espirituales hasta conseguir que llegaran a los últimos rincones, donde la oscuridad de las dictaduras levantaba el clamor de los corderos del Apocalipsis.

Allí fue donde Olegario Brunelli, quien con absoluta fatuidad se consideraba a sí mismo como el humorista “Lumber one” del planeta, y ello a pesar de su obesidad y la grosería e insulsez de sus chistes, recibiera otro telegrama idéntico al que Milarepa tenía en sus manos, casi en la otra punta del mundo.

Aunque dicho telegrama solo lo conozco por referencias sí estoy en condiciones de manifestar que no era tan idéntico como hubiera parecido. Su contenido sería el siguiente:

“Ha sido usted nombrado coparticipe de una importante suma STOP donada por el millonario Slictik STOP Preséntese en las oficinas o conserjería del rascacielos sito en el barrio de Monparnás, calle…. A la mayor brevedad posible STOP Y CIERRO
Me dirán ustedes, y con toda razón, que tiene muy poco sentido, en la era virtual de la comunicación utilizar un medio tan obsoleto como el telégrafo, existiendo fax, correo electrónico, móviles a los que mandar “esemeses”. Cierto, pero el millonario Slictik no es tan tonto como parece, y él conocía muy bien que Milarepa nunca usó móvil, ni correo electrónico, ni “faxes”, porque sus poderes telepáticos y mentales le permiten saber quién desea ponerse en contacto con él y por qué. En cuanto a Brunelli estaba siempre perdiendo los móviles con la esperanza de que los encontrara una atractiva y generosa señorita, la cual se pondría en contacto con él para devolvérselo. Razón por la cual en el primer contacto de la lista había puesto: AABrunelli-humorista-seductor.

Continuará

domingo, 27 de febrero de 2011

LA TORRE DE BABEL II











LA TORRE DE BABEL
I
ANTECEDENTES

LA TORRE DE BABEL

Tras la fiesta de fin de año, que ya les narré, muy sobriamente (hay detalles que pondrían los pelos de punta a un paparazzi) el rascacielos conocido como Torre de Babel, sito en París-LaFrance, vuelve a su vida habitual, con mucho retraso (ha pasado un mes desde la noche de fin de año) y con una gran necesidad de limpieza y de que una mano firme tome el timón.

A falta de otra menos peluda la mano férrea del doctor Sun agarra las riendas y no las suelta ni a tiros. Como ya les he contado Slictik el millonario entregó un cuantioso cheque de millonario a la comuna que sus personajes humorísticos, declarados en rebeldía procesal, habían fundado con el fin de darse a conocer al mundo y de llevar sus propias vidas al margen de las de su supuesto creador, ya que no creen para nada que ellas hayan sido creadas en un momento del tiempo y situadas en un espacio ficticio o virtual. Nosotros, los que nos consideramos seres reales, tampoco creemos en nuestro creador ni en haber sido creados por él. Como no lo vemos, decimos muy hipócritamente, no puede existir. Como el creador nunca se manifestó a sus criaturas y sí utilizó a Slictik como intermediario o ángel de la espada de fuego, ahora resulta que sus criaturas no creen en él porque “nunca lo han visto”. ¡Si tendrán morro! ¡Yo que les di todo lo que son y todo lo que serán!

Pero aceptemos lo inevitable. La rebelión se ha producido. Han sido expulsados del paraíso, donde campaban desnudos y sin vergüenza, por Slictik, -ángel-de-espada-de-fuego, y ahora se han refugiado en la Torre de Babel, el rascacielos más moderno y confortable del mundo y tal vez de la galaxia entera. Desde allí intentarán darse a conocer al mundo, asesorados por Martín, director de Marketín, e incluso apoderarse de él, gracias a los inventos del profesor Cabezaprivilegiada. Pero antes es preciso limpiar toda esta basura y estas vomitonas que un mes de juerga y resaca continua han dejado en paredes y suelos. El doctor Sun se encuentra a cada paso con braguitas y sujetadores de las pupilas de Anabel, hoy la madame tras la muerte de Lily, y con los slips de colores y comestibles de Johnny el gigoló y sus adláteres, también contratados para refocile de las habitantes del género femenino de esta perversa Torre de Babel, donde el padre Cañibano, un cura de antes del Vaticano, comenzará a lanzar sus diatribas apocalípticas.

El doctor Sun encuentra a Carl Future y le ordena proceda de inmediato a informatizar el edificio y a dotarlo de un sistema de seguridad portentoso. A continuación se encierra en el despacho del antiguo director de Brokers&Brokers, descuelga el teléfono y solicita de las páginas amarillas francesas el número de una empresa de seguridad. La telefonista, que está conchabada y recibe un estipendio por sugerir siempre el número de la empresa de limpieza de Candelaria, la limpiadora aria, le pone en contacto con este portento, fuera del tiempo presente, aunque no del espacio (tiene su despacho o nido de víboras nazis en un piso de una de las torres de Montparnase).



Muy amablemente atiende Candelaria (que aún no sabe que es personaje humorístico y tiene derecho a parte del cheque de Slictik el millonario) al doctor Sun y éste queda encantado. La primera promete mandar inmediatamente una flota de desembarco de limpiadoras, al mando de la cual irá ella en persona, y el segundo promete un sustancioso cheque en cuanto pisen el hall de la Torre de Babel.
Al ir a retirarse del despacho para bajar a recibir a Candelaria, la limpiadora de raza aria, del doctor Sun choca con Don Fóbico Pesadilla, que está saliendo en estos momentos de un armario empotrado. Se disculpan ambos como si no pasara nada y cada uno sigue su camino.
En un pasillo el doctor Sun pisa a Olegario Brunelli, el humorista number one, que ronca sobre el suelo a pierna suelta. Ni siquiera se despierta.
El doctor Sun sigue pisando barrigas, cabezas, muslos y bajos vientres desnudos según va descendiendo de piso en piso (no se atreve a tomar el ascensor porque Carl Future le ha dicho que no son seguros). Conforme despierta les echa en cara su libertinaje y desenfreno y les embrisca al padre Cañibano, que ha caído del techo, como del cielo, en alguna parte de su recorrido. Les arenga para que se pongan manos a la obra y todos, una vez quitadas las legañas con los dedos, solicitan se les ponga su despachito oficial.
Estas son hasta el momento las peticiones que ha recibido el doctor Sun, sin perjuicio de recibir muchas, muchas más:
-Escuela espiritualista de Milarepa y Krosnamurti, azote de Occidente.
-Despacho de asesoramiento fiscal y económico y bursátil del Sr. Buenavista economista.
-Consultorio sexológico de Johnny el gigoló, Anabél y resto de pupilas y pupilos, que una vez llamados por estos nuevos millonarios para solazar sus días y sus noches, han decidido que ellos también son personajes humorísticos y tienen derecho al cheque y al correspondiente despachito oficial.
-Adalgisa se ha hecho con el despacho de un bróker sin pedir permiso a nadie y allí ha instalado su consultorio astrológico, pitonísico y de todas las mancias conocidas y por conocer.
Y así ha quedado la cosa… de momento. La flota de desembarco de Candelaria, la limpiadora de raza aria, está a punto de tocar puerto. Ya les iré narrando el resto… ¿Qué quién soy yo? Pues Lotario, el reportero más dicharachero del nuevo diario que se pondrá en marcha en la Torre de Babel. De momento hago de todo. Como paparazzi en ciernes les contaré en otro momento los desmanes y desenfrenos de este largo mes de Nochevieja en la Torre de Babel. ¡Si yo les contara todo! Solo les contaré una parte para que el escándalo no sea aún más mayúsculo e irreversible de lo que ya es.
Continuará.

sábado, 19 de febrero de 2011

LA TORRE DE BABEL I



MIS PERSONAJES HUMORÍSTICOS EN LA TORRE DE BABEL



LA TORRE DE BABEL

INTRODUCCIÓN

Cada uno de mis personajes humorísticos tiene una edad determinada y nació en un lugar concreto. Unos son bajos y otros altos, unos gordos y calvos y otros delgados y atractivos. Cada uno de ellos tiene su profesión, a la que se dedica en cuerpo y alma. Son tan diferentes que nadie diría que han tenido un padre común (lo de la madre vamos a dejarlo, no quiero problemas).
Nunca hubieran coincidido, salvo que el destino los hubiera agrupado a lazo. Y eso fue en realidad lo que sucedió. En un principio su autor y padre putativo intentó que coincidieran, como por casualidad, en el “Circo de Slictik” el loco millonario que quiso hacer un circo de humoristas y le crecieron los enanos.

Aquello no cuajó por diversas razones. Pero ocurrió que en un país del trópico se abrió un hotel nuevo y lujoso. Aquel país se llamaba el “País de la Alegría” y el hotel tuvo diversos nombres, Hotel de los líos, Hotel de los disparates… Allí fueron apareciendo, en diversas épocas, algunos de estos personajes, no todos. Muchos de ellos coincidieron, otros no. Vivieron felices y comieron muchas perdices juntamente con otros personajes humorísticos de otros autores.
La casa de Asterión fue una realidad virtual, pero nadie diría, viéndoles comer y “folgar”, que se diferenciara mucho de la realidad común y corriente que nos toca vivir todos los días. Fue una etapa apasionante en la vida de aquel país, de aquel hotel, de los autores y hasta del planeta Tierra, si me apuran un poco. No obstante como todo tiene que acabar algún día (eso y no otra cosa es la mortalidad), también aquello finiquitó.

No obstante el millonario Slictik (cada vez más loco y al mismo tiempo más generoso, por eso estaba loco principalmente) decidió donar parte de su fortuna o toda ella, aún no se sabe, a una fundación de la que serían socios todos sus personajes. Para ello compró un rascacielos o una torre en París, por Montparnás o cerca, y fue remitiendo telegramas a cada uno de sus personajes, invitándoles a pasar allí la Navidad del año…




Por curiosidad, por si las moscas (resulta difícil creer que los millonarios se vuelvan locos y te regalen su fortuna) y hasta por altruismo (un único caso: Milarepa) todos acudieron, unos antes y otros después, y tras celebrar unas fiestas navideñas realmente escandalosas y guarras, decidieron quedarse a vivir allí.
Cada uno montó su despachito a su gusto, sin entenderse mucho con el resto, por ello se la empezó a llamar “La Torre de Babel”. Tuvieron que ser el Sr. Aladro, abogadro, y el Sr. Buenavista, economista, los que pensaran en las cosas prácticas de la vida. Convocaron una reunión, dieron estatutos a la fundación, votaron sobre la presidencia y el Consejo de administración, y se ocuparon de legalizarla, pagar impuestos y planificar su expansión tentacular, como una multinacional de última hornada.
Y así comienza esta historia de la Torre de Babel. Es muy confusa, tiene muchos “lapsus” y nadie sabe muy bien por dónde le da el aire. Desde luego que el nombre le viene pintiparado.
Para los que no conozcan a estos personajes debo anunciarles que en los archivos de la fundación acabaron apareciendo papeles y más papeles, entre los que pude separar, juntar hojas y ordenar, las biografías de estos curiosos y simpáticos personajes.


¿Quién soy yo? No, no soy el millonario Slictik, aunque tal vez lo sea y se lleven una sopresa al final. Lo que importa ahora es contar esta pavorosa historia y pasarlo bien, al menos antes de que llegue el Apocalipsis y termine con todo lo habido y por haber.
Que ustedes se diviertan… lo que puedan.

domingo, 13 de febrero de 2011

Hotel de los disparates IV



Al día siguiente todo comenzó a funcionar en el nuevo país. Funcionarios borrachos abrieron las oficinas; cuerpos de seguridad embolingados patrullaron las calles; comerciantes que tartajeaban intentaban vender sus productos mientras el resto de ciudadanos dormían a pierna suelta y cuerpo desnudo en las playas.
El Sr. Pestolazzi no logró contratar empleados para que adecentaran un poco el hotel hasta una semana más tarde. Cuando el país despertó de su borrachera todo el mundo regresó a sus quehaceres y los que llevaban un tiempo trabajando borrachos decidieron que necesitaban unas pequeñas vacaciones. Los nuevos cuerpos de seguridad contratados por el consorcio de millonarios, auténticos mercenarios de mil guerras, desalojaron por fin el hotel de todo huésped que no pagara en el acto y por adelantado su estancia. Y de esta forma el hotel “Joie de vivre” que poco más tarde empezaría a ser conocido como el hotel de los disparates fue botado, mientras numerosas botellas de champagne francés golpeaban contra sus paredes, como un yate nuevecito y reluciente.
Permítanme que me detenga un momento para hacer una descripción, aunque sea muy somera del susodicho hotel.
Creo que eran veinte plantas –nunca me detuve a contarlas- algo así como cinco mil habitaciones (unas doscientas cincuenta por planta, si no me falla la calculadora), amplias cocinas en los sótanos, tres plantas, tres, bajo tierra, dedicadas a parking vigilado; un centro de seguridad oculto en un bunker de cemento que ocupaba el centro de la primera; salón de congresos y convenciones; salones rimbombantes y muy lujosos (el número y características se dirá en su momento); tiendas de alto standing en el hall; servicio de limusinas; unos cinco mil empleados entre conserjes, botones, azafatas, camareros, doncellas, maîtres, mayordomos, personal de cocina, personal de mantenimiento, etc etc. Restaurantes de cinco tenedores y una cuchara; piscinas olímpicas, un corredor acristalado desde la playa hasta los vestuarios, etc etc etc Es una lástima que no pueda disponer de muchas fotos porque la mayoría se las tragó el photoshop en un fallo estrepitoso del shofware.
El primer botones contratado fue un tal Alvarito Pina, un jovenzuelo malhablado y que siempre estaba de broma. Se hacía llamar por sus seguidores “El botones Sacarino” y no dejaba títere con cabeza con sus pullas. El flamante director le hizo firmar el contrato preparado por la asesoría jurídica que se estaba formando, integrada por un tal Sr. Aladro, a quien por lo visto los clientes de un conocido bufete internacional denominaban “abogadro” , por sus poliédricas facetas profesionales.





El Sr. Pestolazzi tuvo que escuchar todo tipo de comentarios irónicos sobre el perfume que usaba en aquel tiempo, L`homme pour les femmes”, de París. No quiso enfadarse porque no tenía tiempo para tonterías. El hotel estaba en cuadro, hasta el punto de que los primeros huéspedes hacían cola en conserjería para registrarse y la necesidad de un botones, aunque fuera Alvarito, era perentoria. Así mismo hizo ojos sordos a la desfachatez con la que aquel rebelde jovenzuelo utilizaba una especie de tabla de surf (era muy aficionado a este deporte) a la que había puesto ruedecitas de goma, porque el director no hubiera permitido ni el menor rasguño en los suelos recién pulidos y encerados. Se deslizaba subido en ella por todo el hall, dispuesto a llevar maletas y a conducir huéspedes a sus respectivas habitaciones, como un pastor sin perros conduciría a sus ovejas: silbando y arrojando piedras, si era preciso.
Pestolazzi echó mano de todo lo que pudo encontrar y pronto muchos invasores, sin oficio ni beneficio, que se habían escondido en las habitaciones, como auténticos okupas, y donde se hicieron fuertes y enfrentaron a los mercenarios, fueron contratados. La conserjería quedó cubierta, los ascensores subían y bajaban con ascensoristas flacos y con gorritas playeras y nadie que hubiera entrado en aquel momento habría sabido distinguir entre personal y clientes. Los uniformes aún no habían llegado y tardarían en hacerlo un tiempo, el que tardara Don Alcanfor, modisto y decorador, en cumplir el encargo urgente que Pestolazzi le había transmitido, por orden del consejo, sin duda influido por la esposa de su presidente, una fan adicta y recalcitrante del más extravagante de los modistos. ¡Y mira que son extravagantes los modistos!



Ya desde el principio el tráfago del hotel “Joie de vivre” se hizo tan disparatado como pronto pregonaría su fama por todos los confines del globo. A ello contribuyó con buen ánimo Alvarito, único botones por el momento, quien en su tabla de surf con ruedas no cesaba de deslizarse desde la conserjería hasta los ascensores, portando maletas y hasta huéspedes, especialmente mujeres… y atractivas, según se dijo Pestolazzi, aunque no podía estar muy seguro de ello porque el pobre hombre había tenido muy poco trato con damas… me refiero a trato íntimo, porque del menos íntimo es evidente que resultaba inevitable por su profesión. Hubo un tiempo en el que llegó a decirse de Pestolazzi que se había enmarcado claramente en una elección sexual en la que las señoritas poco podían hacer. Nada más incierto, como alguna doncella y camarera del hotel llegaría a comentar “soto voce”. Lo que le ocurría a Pestolazzi tenía mucho más que ver con su timidez congénita, de la que hablaremos en otro momento, cuando tratemos de su biografía, y con la fuga eterna a la que sometía a las damas que estiraban sus chatas naricillas hacia sus apestosos olores. Lo mismo sucedía con los hombres, con los niños y hasta con los perros, que ni siquiera se acercaban a olerle.
Por estas y otras razones Pestolazzi no dio por válida su opinión sobre la hermosura de las damas a las que Alvarito llevaba de acá para allá y hasta se atrevía a acompañarlas en el ascensor y a dejarlas en sus habitaciones, algo que no hacía con los hombres, dieran la propina que dieran. Casi todas eran mujeres solitarias, si bien se arriesgaba con otras acompañadas, siempre que su atractivo mereciera la pena. Si su acompañante no aceptaba de buen grado las miradas lujuriosas de Alvarito hacia su consorte, éste, nuestro bien amado botones, procuraba que el patín-surf perdiera la estabilidad para que el acompañante de turno se deslizara al suelo sobre sus nalgas mientras él se aferraba con mucha fuerza a la cintura de las damas. Luego, haciendo caso omiso, de los gritos de los hombres y de los gestos, más o menos compasivos de las mujeres, abandonaba a los acompañantes a su suerte y conducía a las damas a sus respectivas habitaciones.
Allí dejaba el patinete en la puerta y procuraba acompañar a la dama hasta el baño, si era preciso. Se mantenía impertérrito, a pesar de las propinas, y solo abandonaba la habitación cuando la dama de turno se lo exigía a voces, gritos o sopapos. Alguna debió de haber que no quiso arrojarle al exterior. Las causas de un comportamiento tan extravagante y lo que sucediera o no de puertas adentro no es de mi competencia, aunque puede que me vea obligado a relatar alguna que otra crónica subida de tono al respecto.
Era una delicia verle arrojar las maletas en el ascensor, sin ninguna consideración, mientras que su caballerosidad y melosidad con las damas, a las que ayudaba a descender de su patinete, a pesar de su escasa altura… la del patinete, quiero decir, porque Alvarito, a pesar de no ser muy alto, daba la talla, al menos de vez en cuando. Sujetaba el patinete con un pie hasta que se vaciaba y luego se lo echaba al hombro, lo introducía en el ascensor, haciendo caso omiso de las protestas del ascensorista y del resto de inquilinos de aquel diminuto cuarto, y mirando, bien al techo, bien a las piernas de las damas, se dejaba ascender hasta la correspondiente planta. Allí otra vez colocaba el patinete en el suelo, lo sujetaba con una pierna, ayudaba a la dama a subir, la trasladaba a su habitación a velocidad supersónica e intentaba olvidarse de las maletas. Si la dama de turno insistía regresaba veloz, colocaba los bultos en el patinete de cualquier manera y volvía a la puerta de la habitación donde la dama esperaba paciente, porque Alvarito tenía mucho cuidado en quedarse con la llave-tarjeta hasta que él pudiera abrir la puerta personalmente… no fuera que alguna lo dejara fuera, como una maleta más.
Siempre salía de las habitaciones con una oreja a oreja, sino era porque había recibido la propina que anhelaba –un cuerpo desnudo entre las sábanas- era porque se conformaba con el vil metal y cuando ni una cosa ni otra, le consolaba la esperanza de vengarse de la dama cuando llegara el momento.
Mientras estas y otras cosas sucedían en el hotel, Pestolazzi decidió encerrarse en su despacho, con un intenso olor a lavanda, descolgó el teléfono e inició una actividad frenética. Llamó a los diarios, a las cadenas de televisión y demás medios de comunicación del país y colocó un anuncio, invitando a un casting para ocupar las plazas vacantes del hotel. Los candidatos deberían presentarse en el hotel cuanto antes y se les adjudicaría una habitación hasta tanto pudiera celebrarse el casting.




EL SR. PESTOLAZZI

Se pasó el resto de la mañana, toda la tarde y parte de la noche al teléfono, hasta que le rindió el sueño, preparando un casting que pasaría a la historia como un mito del surrealismo y el esperpento. Pero antes de intentar describir aquel caos insufrible considero conveniente echar mano de los archivos del hotel de los disparates y narrarles, aunque sea someramente la biografía de este insólito personaje.
De ascendencia italiana, concretamente siciliana, sus orígenes no obstante permanecen un tanto en la niebla o la bruma más densa. Sus padres emigraron a USA, la tierra prometida, el sueño americano, donde con hartas dificultades se hicieron con un pequeño restaurante italiano, donde se servía buena pasta, ricas pizzas y todo tipo de exquisitos platos de la cocina italiana. Tuvieron que pagar impuesto a la mafia, como casi todo el mundo en La Pequeña Italia, y lograron salir adelante con sacrificio y entereza inconmensurables.
Se dice que Pestolazzi simultaneó la restauración con los estudios. Se dice que nunca los terminó, pero que de ellos le quedó una gran afición por la historia y específicamente por el barroco, las pelucas y las contradanzas. Se dice que su afición a los perfumes nació de un desengaño amoroso. Siendo aún muy joven se prendó de una jovencita GUASP (Guapa, anglosajona, blanca y presbiteriana) quien en cierta ocasión visitara el restaurante con sus padres para celebrar sus dieciocho abriles, porque era aries.
Pestolazzi se enamoró prendidamente de ella y remitió cartas a su dirección –nadie supo cómo la obtuvo- y como no lograra respuesta se coló en el jardín de la mansión de la amada, o más bien de sus papás, y le dio una espantosa serenata nocturna, tañendo el laúd, hasta que ella, completamente k.o. salió al balcón y le dio una cita.

sábado, 12 de febrero de 2011

Hotel de los disparates III






HISTORIA DEL PAÍS DE LA ALEGRÍA
Los países nacen como los champiñones, de un humus putrefacto. La tierra es de todos, decían los apaches, puesto que el gran Manitú nos la entregó a todos y no designó a nadie jefe de nadie; no separó las tribus con cercados, ni puso un letrero a la entrada de cada parcela. Bien, eso es cierto. Lo que no impidió que las tribus guerrearan entre sí por un quítame allá ese coto de bisontes. Así es la naturaleza humana.




Por esas razones y no otras los países nacieron: por capricho de reyes absolutistas, por tratados torticeros, por conquistas violentas, por guerras de los treinta o de los cien años, por compras a bajo precio o por cualquier otro motivo que se les ocurra. Tras estas cuestiones hay dinero, siempre hay dinero (ese papelito inventado por Monsieur Moneoi).

El país de la Alegría no podía ser menos, ni librarse de estas servidumbres. Su nacimiento tuvo que ver con una dictadura que cayó como fruta madura y con unos ricachones, aposentados en sus costas, que subvencionaron con ingente “móney” a un aspirante a la presidencia. A cambio exigieron la independencia del trozo de costa donde habían situado sus mansiones.

Así un día cualquiera de un mes cualquiera, de un año cualquiera (las fechas solo sirven para romper la cabeza de los estudiantes de historia) se oyeron trompetas en la plaza del Ayuntamiento de la villa, una ciudad costera, pequeña y turística, se izó una bandera, naranja, con ribetes azules y verdes, y en el centro de la misma un bikini sobre una playa amarilla y un mar azul cielo.

Un hombre de paja, lameculos profesional, leyó un discurso, lírico y heroico, dando la bienvenida a la vida al nuevo país. Tras él un nutrido grupo de millonarios en bermudas y sus esposas, en bikinis, brindaban con champán.

El país se sentía democrático. Las elecciones se convocarían dentro de una anualidad, el parlamento se elegiría por… un bikini o una bermuda…un voto, y las fuerzas armadas y de seguridad estarían formadas, provisionalmente, por los matones y guardias de seguridad gentilmente donados por aquellos ínclitos ciudadanos que tenía a sus espaldas. Quienes ofrecían en el día de hoy, fiesta nacional, comida y bebida gratis a todos los habitantes del nuevo país. Esa noche habría fuegos artificiales y barbacoa en la playa. Habría baile por calles y playas, amenizado por orquestas caribeñas y agrupaciones samberas y al día siguiente sería nombrado un embajador ante la ONU, encargado de conseguir suficientes votos para que la nueva nación fuera admitida y reconocida en la sociedad de naciones.

Esa misma noche se inauguró el Hotel “Joie de vivre”, posteriormente conocido como “Hotel de los disparates”. Se encontraba vacío, por no haber no había ni personal. Por eso fue invadido por la turbamulta, quien se apoderó de las habitaciones y suites más lujosas, donde hicieron lo que les vino en gana, a pesar de los esfuerzos de su nuevo y desconocido director, el Sr. Pestolazzi, nombrado por el consorcio de millonarios anónimos, propietarios del edificio.

domingo, 6 de febrero de 2011

EL HOTEL DE LOS DISPARATES II






LA LLEGADA AL HOTEL DE OLEGARIO BRUNELLI, EL HUMORISTA NUMBER ONE

¿Quién era, es y será, este personaje extravagante? Eso lo podrían ustedes saber de “pe” a “pa” si consultaran su azarosa biografía que este narrador halló entre los papeles y archivos del Hotel de los Disparates y que luego pude confirmar en los archivos digitalizados de la ”Torre de Babel” De momento nos basta con saber que Brunelli fue invitado, lo que es un decir ya que son enemigos irreconciliables, por el Sr. Almirante, presidente de club mundial de humoristas, asociación sin ánimo de lucro, que engloba a todos los humoristas del planeta - ya que los pocos que se le enfrentaron, decidiendo según su libre albedrío continuar su espiritual y generosa tarea en solitario se vieron tan presionados y coaccionados que acabaron suplicando la admisión- a asistir al congreso mundial de humoristas que se celebraría en el país recién nacido a la independencia y que tomó el nombre provisional de “El país de la Alegría”, con motivo de la inauguración del mejor y más lujoso hotel de aquel territorio y uno de los mejores del mundo.

Debo decirles que la invitación del Sr. Almirante expresaba muy claramente que Brunelli debería pagarse el viaje y ya se vería si también la estancia, dependiendo de si el Sr. Director del hotel les invitaba a todos o no. Se dice, se cuenta, que antes el Sr. Almirante había sido invitado por el director del hotel, el Sr. Pestolazzi, pero eso es algo muy complicado de saber con exactitud, puesto que el caos que reinó al principio y que luego se acentuaría con el tiempo, hace muy complejo rastrear nada de lo que allí realmente sucedió. Por ello me perdonarán ustedes si relleno huecos con mi fantasía y me invento algún plano-secuencia sin mucha importancia.

Brunelli viajaba en un avión pagado de su bolsillo. Su destino era el aeropuerto internacional del “País de la Alegría” o “Alegría” a secas como le empezaron a llamar todos, para abreviar. Dicho aeropuerto aún no tenía nombre, ni siquiera provisional. En cambio el hotel donde había intentado reservar habitación sin éxito sí que había sido bautizado y bien bautizado con champán francés, con el rimbombante nombre, a juego con el país, de “Joie de vivre”. La alegría de vivir, en traducción libre y espontánea, era un hotel sin par en el negocio hostelero mundial, su único problema al principio fue el de no tener personal y carecer de casi todo. Pero su director, el Sr. Pestolazzi, acabaría por solucionar todos los problemas, con el tiempo, y los que no se arreglaron con el tiempo se pudrieron hasta desaparecer. El disparate que reinó allí en los primeros tiempos y que luego no hizo otra cosa que crecer, le cambió el nombre para siempre, transformándose en el “Hotel de los disparates”. Pero antes de contar su historia me gustaría contarles otra.

sábado, 29 de enero de 2011

EL HOTEL DE LOS DISPARATES I








EL HOTEL DE LOS DISPARATES

UNA HISTORIA DE TREPIDANTE HUMOR Y MUCHA GUASA


EL HOTEL DE LOS DISPARATES
Papeles póstumos y archivos recuperados del club de humoristas. Recopilados por una mano amiga e introducidos por un tal Slictik, a quien nadie dice conocer, pero que se adjudica un protagonismo, sin duda inmerecido.

INTRODUCCIÓN

El hotel de los disparates nació hace ya algunos años en Internet, con el deseo de que con el tiempo llegara a convertirse en un taller literario y de creación de personajes, humorísticos o serios, de alguna enjundia y con proyección de futuro.
Nunca antes se me había ocurrido la posibilidad de intentar coordinar un taller literario. Al fin y al cabo solo era un escritor aficionado y además en ciernes. No había escrito mucho y lo poco que había escrito era malo o muy malo. A pesar de ello estaba emperrado, “erre que erre” en llegar a ser un día lejano un buen escritor, sino de prestigio o publicado, sí al menos aceptablemente bueno, aunque solo lo fuera para mí mismo.

En el año 1996 compré un ordenador y me puse a subir a los archivos de Word todo lo que había escrito hasta entonces y que aún se conservaba (no destruido por el fuego purificador en un momento muy bajo de ánimo). Comencé a escribir archivos como un poseso,, haciendo virtuales mis textos manuscritos, al tiempo que iniciaba, una tras otra, tablas de diferentes temas, cine, literatura, cultura en general, ajedrez, de todo un poco.

Pero no fue hasta años más tarde, no recuerdo cuántos, que llegaría a tomar la muy pensada decisión de conectarme a Internet. Tanta reflexión se debió a que para mí, como para muchos de mi generación, Internet era el caos, un monstruito virtual devorador y adictivo. Muy peligroso, muy tentador, y a saber qué podría encontrar uno allí de positivo.

Dicen que la ignorancia es muy atrevida. También es muy estúpida. Me las prometía muy felices con un correo que podría llegar a cualquier parte, transmitiendo mis manifiestos. Aún conservo alguno de los que escribí para “La Mente enmascarada”. Luego la realidad te pone en tu sitio, como hace siempre. Resultó que mi idea de poner un mensaje en el correo virtual y esperar que pudiera llegar a todo el mundo era estúpida, lo mismo que poner una carta en el buzón con la dirección: “A todo el mundo que quiera leerlo”.

En Internet también son precisas direcciones, si quieres que el correo llegue a alguien, y éstas había que conseguirlas (no caían de los árboles) y una vez logradas lo más fácil era que el destinatario ni lo mirara sino te conocía (escarmenté abriendo correos desconocidos, los virus sí que vuelan en Internet) y para conocer gente se podía acudir a un chat…

Esta etapa ridícula y surrealista de novato en el mundo virtual la parodio en alguno de mis textos: Mi vida ficticia en el chat, Metrópolis, Los Hackers Mates…
Quien no tiene un asesor experimentado sabe muy bien las dificultades a que se enfrenta un novato y las tonterías que se llegan a realizar. Eso me pasó a mí, solo que multiplicado por mil.

Para empezar, instalar un correo en el ordenador tiene su encanto. ¿Era preciso pagar por mandar correos? Descubrir un correo gratuito también tuvo su dificultad, lo mismo que registrarse. ¿Por qué todo el mundo utilizaba un Nick o un alias?

En aquel momento estaba leyendo una novela de Chestar Himes, uno de mis escritores de novela negra favoritos y en esa novela aparecía un personaje extravagante, Slic, que el traductor al inglés había trasvasado al español como “listillo”, según explicaba en una nota.

Al registrarme lo escribí mal y ese error me llevaría a cargar con un alias impronunciable que al final me resultaría muy divertido. Escribí Slictik y al enterarme de que bien podría ser una mezcla de “slip” calzoncillo y “lipstick” lápiz de labios sonreí de oreja a oreja y me regocijé durante un buen rato.
Slictik llegaría a ser mi nombre de guerra. Con él me registré en un foro de gramática española, el foro Cervantes, y allí conocería a una argentina con la que establecí una relación amistosa durante un tiempo prolongado, para la fragilidad que acostumbran a tener las relaciones en este universo virtual.

Ela había creado un grupo gratuito (ignoraba que eso fuera posible) y me invitó a formar parte. Fue allí donde el Hotel de los líos, luego de los disparates, echó a caminar como un taller de creación de personajes humorísticos y en general de cualquier género y tipo.

Éramos cuatro gatos, pero lo pasábamos muy bien. Pero no fue hasta el nacimiento de la Casa de Asterión que el Hotel de los disparates se puso a deambular con cierta prestancia.

Esta historia es un homenaje a aquella etapa y a todos los que colaboraron el Hotel. Sus autores y personajes forman parte de su historia, aunque si alguna vez es publicada deberé solicitar su permiso para reproducir sus textos y servirme de sus personajes.

Antes de transformarse en la “Torre de Babel”, un rascacielos exclusivo para mis personajes humorísticos, la mayoría de ellos, sino todos pasaron por allí. Cómo empezó todo y cómo terminó, si es que alguna vez se puede decir que acabó esta saga es lo que se narra en esta larga y extravagante historia. Espero que se diviertan.

miércoles, 26 de enero de 2011

PRESENTACIÓN

Este blog está dedicado a subir todos aquellos textos y archivos que complementen el Convento de los disparates. Podrán consultar en él desde una historia cronológica del antiguo Hotel de los disparates hasta la aventura de mis personajes en la Torre de Babel, pasando por todo tipo de textos complementarios. Sean bienvenidos.