EL DETECTIVE SIMPLÓN
Me telefoneó una viejita que dijo llamarse
Sofía. Me suplicó que me ocupara de Galileo. Dado que la viejita es un poco
sorda y habla gangoso, tal vez porque con las prisas no se había puesto la
dentadura, me costó unos minutos comprender que Galileo se trataba de su gatito
perdido y no de su viejito. A otro detective con más ínfulas se le hubieran
subido las obscenidades a la garganta, pero llevo meses dedicado a buscar
animalitos porque no me llega otro tipo de clientes, así que estuve amable, muy
amable con la viejita.
Esta situación viene a raíz
del célebre caso de Littel Rock que ocupó primeras planas de la prensa mundial,
así como cabeceras en los telediarios de medio mundo. Desde entonces nadie me
contrata para descubrir asesinos. A duras penas consigo que me encomienden el
rastreo de animalillos domésticos desaparecidos en combate.
Lo de Littel Rock fue algo
de todo punto inesperado. Comenzó mal y acabó como el rosario de la aurora. Se
me contrató por un familiar muy cercano al asesinado, sospechoso él, quiero
decir el vivo, de haber asesinado al muerto. Ni cortó ni perezoso me trasladé a
Rock a investigar con la peregrina idea de que el culpable muy bien podría ser
mi cliente. Mientras escuchaba música de los sesenta en mi viejo coche,
petardeante y maloliente, imaginaba que éste iba a ser un caso sencillo pero
muy productivo. Desde luego no esperaba
pasar a la historia como el detective que llevó el caso más enrevesado de las
antologías criminalistas.
Mi cliente me contrató muy
sutilmente para que desviara la atención de su persona hacia los restantes
habitantes. Teniendo en cuenta que es un pueblo de 1280 almas, el trabajo no
era moco de pavo. En cuanto se enteraron de que yo era detective, y lo advirtieron
dos minutos más tarde, en cuanto mi coche petardeante aparcó en la calle
principal, las 1280 almas se precipitaron a llenar mis alforjas de billetes a
cambio de que desviara la atención de la policía sobre los demás. Todos eran sospechosos al iniciarse el
proceso. A los dos días el fiscal retiró los cargos que pesaban sobre todos
ellos y me eligió a mi como chivo expiatorio.
Faltó un piñón en el pinar
para que me pudriera el resto de mis días en la cárcel del condado. Menos mal
que pude demostrar fehacientemente que, antes de ser contratado por mi cliente
principal, ni siquiera había oído el nombre del maldito pueblo. Terminé
bastante bien, absuelto y con las alforjas llenas (no devolví el dinero a pesar
de los intentos de mis clientes). Pero el caso armó tanto ruído que mi oficina
al cabo de unos meses había generado más polvo que el piso de un solterón.
La viejita me pareció un
tanto pesada, todo hay que decirlo, pero no obstante dije sí, entre otras
causas generosas porque me aburro, porque siento un gran hastío de la vida
inútil y simple que llevo. Inmediatamente me acerqué a ver a la dulce viejita.
Actué como un caballero para evitar que este encanto se rompiera una cadera si
tenía que subir todas las escaleras, repletas de escalones podridos, que conducen
al ático, sito en el treceavo piso sin ascensor, donde tengo instalada mi
oficina.
Sofía, la viejita, era más
sorda de lo que parecía por teléfono y pronunciaba como si se estuviera
comiendo la dentadura luego de haberla encontrado. A pesar de ello me enteré enseguida de que
Galileo, su amado gatito,había desaparecido.
¡Bah!, me dije, lo de
siempre: Chercher la femme. Una gatita hermosa, ronroneante y seductora, un
tejado a la luz de la luna... de todo punto irresistible.
Claro que también podría haber
salido a comprar tabaco y si te he visto no me acuerdo. O hasta hacerse el
muerto por aburrimiento. El tal Ricardo, el taxidermista, me resultó vagamente
sospechoso, a pesar de que Sofía juró que era una buenísima persona.
La viejita me dijo que este
era un caso fantasmal, no en vano se murmura en voz baja que los fantasmas de
los animales, taxidermizados por Ricardo, rondan por el edificio. Me suplicó
con lágrimas en los ojos que encontrara a Galileo o a su fantasma porque la
soledad es muy dura de roer y más sin dientes. Así que he decidido ponerme
enseguidita a la faena.