domingo, 9 de octubre de 2022

TEMAS SUELTOS DEL HOTEL DE LOS DISPARATES XIII

 


 

 

            EL DETECTIVE SIMPLÓN

 

 Me telefoneó una viejita que dijo llamarse Sofía. Me suplicó que me ocupara de Galileo. Dado que la viejita es un poco sorda y habla gangoso, tal vez porque con las prisas no se había puesto la dentadura, me costó unos minutos comprender que Galileo se trataba de su gatito perdido y no de su viejito. A otro detective con más ínfulas se le hubieran subido las obscenidades a la garganta, pero llevo meses dedicado a buscar animalitos porque no me llega otro tipo de clientes, así que estuve amable, muy amable con la viejita.

 

Esta situación viene a raíz del célebre caso de Littel Rock que ocupó primeras planas de la prensa mundial, así como cabeceras en los telediarios de medio mundo. Desde entonces nadie me contrata para descubrir asesinos. A duras penas consigo que me encomienden el rastreo de animalillos domésticos desaparecidos en combate.

 

Lo de Littel Rock fue algo de todo punto inesperado. Comenzó mal y acabó como el rosario de la aurora. Se me contrató por un familiar muy cercano al asesinado, sospechoso él, quiero decir el vivo, de haber asesinado al muerto. Ni cortó ni perezoso me trasladé a Rock a investigar con la peregrina idea de que el culpable muy bien podría ser mi cliente. Mientras escuchaba música de los sesenta en mi viejo coche, petardeante y maloliente, imaginaba que éste iba a ser un caso sencillo pero muy productivo.  Desde luego no esperaba pasar a la historia como el detective que llevó el caso más enrevesado de las antologías criminalistas.

 

Mi cliente me contrató muy sutilmente para que desviara la atención de su persona hacia los restantes habitantes. Teniendo en cuenta que es un pueblo de 1280 almas, el trabajo no era moco de pavo. En cuanto se enteraron de que yo era detective, y lo advirtieron dos minutos más tarde, en cuanto mi coche petardeante aparcó en la calle principal, las 1280 almas se precipitaron a llenar mis alforjas de billetes a cambio de que desviara la atención de la policía sobre los demás.  Todos eran sospechosos al iniciarse el proceso. A los dos días el fiscal retiró los cargos que pesaban sobre todos ellos y me eligió a mi como chivo expiatorio.

 

Faltó un piñón en el pinar para que me pudriera el resto de mis días en la cárcel del condado. Menos mal que pude demostrar fehacientemente que, antes de ser contratado por mi cliente principal, ni siquiera había oído el nombre del maldito pueblo. Terminé bastante bien, absuelto y con las alforjas llenas (no devolví el dinero a pesar de los intentos de mis clientes). Pero el caso armó tanto ruído que mi oficina al cabo de unos meses había generado más polvo que el piso de un solterón.

 

La viejita me pareció un tanto pesada, todo hay que decirlo, pero no obstante dije sí, entre otras causas generosas porque me aburro, porque siento un gran hastío de la vida inútil y simple que llevo. Inmediatamente me acerqué a ver a la dulce viejita. Actué como un caballero para evitar que este encanto se rompiera una cadera si tenía que subir todas las escaleras, repletas de escalones podridos, que conducen al ático, sito en el treceavo piso sin ascensor, donde tengo instalada mi oficina.

 

Sofía, la viejita, era más sorda de lo que parecía por teléfono y pronunciaba como si se estuviera comiendo la dentadura luego de haberla encontrado.  A pesar de ello me enteré enseguida de que Galileo, su amado gatito,había desaparecido.

 

¡Bah!, me dije, lo de siempre: Chercher la femme. Una gatita hermosa, ronroneante y seductora, un tejado a la luz de la luna... de todo punto irresistible.

Claro que también podría haber salido a comprar tabaco y si te he visto no me acuerdo. O hasta hacerse el muerto por aburrimiento. El tal Ricardo, el taxidermista, me resultó vagamente sospechoso, a pesar de que Sofía juró que era una buenísima persona.

 

La viejita me dijo que este era un caso fantasmal, no en vano se murmura en voz baja que los fantasmas de los animales, taxidermizados por Ricardo, rondan por el edificio. Me suplicó con lágrimas en los ojos que encontrara a Galileo o a su fantasma porque la soledad es muy dura de roer y más sin dientes. Así que he decidido ponerme enseguidita a la faena.