lunes, 29 de julio de 2019

SOFÍA DE HANNOVER




            SOFÌA DE HANNOVER, SOPRANO

     Ya de niña gustaba de hacer gorgoritos con su portentosa voz de soprano, de amplia coloratura, con la que hizo aumentar la venta de tapones para los oídos en la farmacia de la esquina.

     Se convirtió en una repelente y caprichosa cuando descubrió que, incluso con un do de pechito, era capaz de romper copas, cristales de las ventanas, cristales de relojes de pulsera, floreros de cristal, cristales de gafas, etc. etc.

     Sus padres buscaron y encontraron la fórmula mágica para librarse de ella. Obtuvieron, nadie sabe porqué medios, una beca para ella en la ópea de Viena. La empaquetaron en un crucero (Sofía es australiana) que recorrió el Indico, atrevesó el canal de Suez, atracó en Italia donde visitó arrobada la Scala de Milán, La Venice, la tumba de Verdi y Donizetti, para finalmente arribar en tren a Viena. Allí comenzó un durísimo trabajo para suavizar y dulcificar su portentosa voz. Bajo la batuta del conocido maestro Karl Munchen (que rompía con frecuencia en las costillas de músicos y cantantes) su voz se hizo tan dulce que en el do de pecho, en lugar de romper los vidrios hacía relucir los cristales con tanta intensidad que algún inexperto caco se le ocurrió robar una gran araña de un conocido teatro operístico, creyendo que todo eran diamantes, con el resultado de librarse de una muerte segura puesto que la araña cayó a medio metro de su cabeza.

    De jovencita era tan hermosa y refulgente que el gran millonario Archinesipoutolos la secuestró, aunque no llegó a durarle ni un par de días. Al conocido millonario nada ni nadie le duraba más allá de 24 horas, Sofía fue de esta manera una excepción y la otra fue el mismo Archinesipoutolos que se llevaba soportando sesenta años sin rechistar, por la cuenta que le traía.

    Fue amante del maestro Korajan, de quien se decía que se acostaba con todo lo que cantara, aunque se tratara de una gata. Triunfó como pocas sopranos bellas o no han llegado a triunfar en la historia de la música. Decíase de ella que en cierta ocasión, en el Metropólitan Opera House, soportó impávida media hora de aplausos y de bravos y dos toneladas de flores que le fueron arrojadas con tallo y espinas, así como a unos doscientos enloquecidos varones que subieron al escenario para besarla, abrazarla y lo que se terciara. A punto estuvo de organizarse una orgía pero intervinieron las fuerzas del orden que sacaron a los esposos esposados a sus esposas y fueron llevados a la cárcel en helicòpteros apache, como en la película de Apocalipsis Now.

     Allí quedó Sofía, con el pecho derecho al aire (los varones habían desgarrado su vestido de valquiria Brunilde del Ocaso de los dios) hasta dejarla cual Dina cazadora, con un pecho al aire.

     Todo fue de perlas hasta que los años y las exquisiteces pasteleras de "Chez moi Paris", la engordaron tanto que batió el record guines de la cantante más voluminosa de la historia de la ópera. Entonces se produjo su declive de varones-seductores-seducidos, aunque la potencia de su voz aumentó tantos decibelios que todos los teatros de ópera del mundo se vieron obligados a reformar las estructuras de sus edificios (por los decibelios, no sean mal pensados) ante la eventualidad de verse obligados a contratarla antes o después.

    El hotel "Joie de vivre" ofreció un jugoso contrato a su mánager para que no la permitiera hospedarse allí, pero éste, más listo que el hambre, contraatacó amenazando con que Sofía no solo se hospedaría en el hotel sino que cantaría día y noche durante todo el tiempo que durasen sus dólares, y eran muchos. De esta manera se llegó a un acuerdo por el que la cantante se hospedaría y cantaría durante quince días, justo el tiempo que duraría el congreso de humoristas. Pero luego se iría con viento fresco al campo donde podría volver locos a pajarillos y vaquitas.

       Esta es la razón por la que los turistas que se acercan a varia millas del hotel "Joie de vivre" pueden ver un gigantesco luminoso con la figura de la cantante y debajo una leyenda que dice: Sofía de Hannover, la leyenda más voluminosa de la historia de la ópera en el hotel Joie de vivre, no se la pierdan.

domingo, 21 de julio de 2019

EL DOCTOR CARLO SUN, DISCÍPULO DE JUNG


            

EL DOCTOR CARLO SUN, DISCÍPULO DE JUNG

Bajito, enjuto, morenazo como buen siciliano que es. Sus orígenes le han dado más problemas que sus locos. Porque el doctor Carlo Sun es psiquiatra aunque sus métodos terapeúticos son un tanto extravagantes y no caen bien entre sus colegas de profesión. Se confiesa acérrimo discípulo de Jung y despotrica a gusto de Freud al que le ha cogido una manía propia de alguna de las patologías que sufrimos sus pacientes, pero claro él es el doctor y los locos nosotros. Los terapeutas no están locos, al menos eso es lo que dicen ellos, pero este narrador cree que está como un cencerro aunque me cae muy, pero que muy bien, lo confieso.

Tuvo serios problemas en Sicilia por tratar a un mafioso que creía estar volviéndose loco. Como sus métodos son tan estrambóticos no se le ocurrió otra cosa que decirle que en realidad no padecía ninguna enfermedad mental sino únicamente remordimientos de conciencia por sus muchos crímenes. El otro se lo tomó a mal. Hasta a los mafiosos les molesta esta sinceridad apabullante de que hace gala el doctor Sun que no parece tener remedio ni en este aspecto de su personalidad ni en ningún otro.

Recibió serias amenazas de muerte de su propio paciente que le obligó a seguirlo tratando hasta que pensara en lo que iba a hacer con él. Seguramente algo horrible. Nada de una muerte rápida, unas buenas sesiones de tortura. Eso es al menos lo que pensó el doctor D. Carlo que, muy astuto él, le sugirió la terapia de la hipnosis regresiva y de esta forma clavó en su subconsciente la orden de que a escondidas de sus sicarios debería traerle una cartera repleta de fajos de billetes usados y con esa numeración que piden siempre los secuestradores aunque un servidor no sabe muy bien de qué va la cosa porque no me gustan demasiado las películas policiacas.

El caso es que el mafioso sería muy duro de roer pero cayó en la trampa del subconsciente como caemos todos. Dejó en las manos del Dr. Sun la cartera que éste recogió con verdadera devoción y puso pies en polvorosa no sin antes darle la orden hipnótica de que durmiera durante cuarenta y ocho horas seguidas y no recordara nada al despertar. ¿Saben a dónde fue a parar el ínclito Dr. Carlo Sun? ¿No se lo imaginan? Pues, para suerte de todos los locos catalanes, españoles y de medio mundo, vino a poner sus magras posaderas aquí en Barcelona, en un despacho de la Diagonal. Doy gracias a Dios todos los días por haber guiado sus pasos hasta aquí y le pongo una vela en cuanto pueda a la Virgen de Montserrat, a la moreneta.

¿Qué quien soy yo? No se lo van a creer. El narrador es uno de sus pacientes, precisaría aún más, soy el único paciente que en sus duros comienzos aquí en Barcelona no le abandonó al primer descuido en cuanto se enteró de que era siciliano y tenía fama de mafioso. Como lo oyen, amigos. Se que suena raro eso de un psiquiatra siciliano y con fama de mafioso pero cosas veredes amigo Sancho. Mi nombre es Severino Severo Amable y padezco el síndrome de empatía compulsivo-paranoide. No, no lo busquen en su diccionario de medicina porque lo descubrió el doctor Sun para mi alivio porque nadie daba con mi enfermedad. ¿Se lo pueden creer? No se lo voy a describir porque podrán leer mi historia clínica al final de esta biografía. Como ladrón de los historiales de sus pacientes (con su consentimiento por escrito) y cronista de esta vida heròica dedicada casi en exclusiva al estudio de la mente me permito la licencia me poner mi historia clínica la primera. Ustedes disculparán mi narcisismo patológico pero es que las enfermedades mentales, lo mismo que las infecciosas, nunca vienen solas

Permítanme que una vez presentado el cronista continúe con la biografía de este personaje egregio e ínclito donde los haya. Sus comienzos no fueron fáciles puesto que aparte de proceder de familia humilde los mafiosos sicilianos seguían su pista y no podía hacerse publicidad así a las claras. A pesar de los numerosísimos títulos que colgó en los lujosos retretes para damas y caballeros que mandó instalar justo a la izquierda de la sala de espera según se entra y que todos miraban con los ojos abiertos como platos por razones que ya les describiré en su momento lo cierto es que espantaba un poco ver a un tipo bajito, enjuto y seco como mojama y con cara de mafioso sentado al otro lado de la mesa de caoba con su bigotito casi a la altura de la superficie de la preciosa mesa, preciosa-preciosa pueden creerme. De la primera impresión les entraba diarrea y ya en el servicio al enterarse de sus orígenes sicilianos escapaban con el papel higiénico entre las nalgas a la busqueda de más información sobre el presunto mafioso. Les aseguro que ya no volvían por lo que la clientela del ínclito se resintió durante una larga temporada. Solo este humilde narrador permaneció erre que erre adicto a su sabiduría. Y les aseguro que no me arrepiento porque al menos hoy conozco el nombre de la enfermedad que padezco. Algo es algo.

Claro que no les he contado que los clientes en fuga no necesitaban correr mucho con el papel higiénico debajo de los calzoncillos porque antes de salir a la calle se encontraban con Rita la portera quien asustada de su aspecto les hacía sentarse en la portería donde les servía una tila e inquiría la causa de su malestar. Al enterarse de sus dudas les contaba la vida y milagros del Dr. Sun de pe a pa con lo que ya nunca jamás de los jamases volvían a pisar en varias leguas a la redonda. Imagino su miedo a ser desposeídos violentamente de su preciado subconsciente y les comprendo, vaya si les comprendo. No hay peor ladrón que el ladrón de subconscientes y más cuando es un mafioso. Se lo digo por experiencia propia.

Para evitar quedarse sin clientela el Dr. Sun contrató a Rita la portera también como enfermera con un buen sueldo y una ración de cotilleos sobre sus pacientes que alimentaba más a la forzuda y bigotuda portera que un kilo de buena butifarra. Lo cierto es que sin su ayuda le hubiera resultado imposible al buen doctor dominar a muchos de sus pacientes. Y para muestra un botón puesto que si no fui el primero de las víctimas de Rita la portera, digo la enfermera, lo cierto es que fui una de las más sonadas. Les voy a contar esta historia y discúlpenme ustedes otra vez si mi narcisismo patológico me lleva a hacer una nueva digresión de la biografía autorizada del Dr. Sun, pero es que uno es como es y no tiene remedio.

Reconozco que mi primera visita a Don Carlo no fue precisamente muy recomendable. Rita la portera-enfermera tuvo que emplearse a fondo para lograr tumbarme en el sofá y atarme con los cinturones de seguridad que tiene disimulados bajo la tapicería. Desde allí escuché impertérrito la presentación del terapeuta. Sí no se sorprendan ustedes porque van a tener la boca abierta mucho rato con las extravagancias de Don Carlo. Si bien es costumbre en todo terapeuta que se precie oprimir el botón del relojito apenas el paciente se recuesta en el sofá y esperar a que éste les cuente su vida en doce capítulos y un prólogo el Dr. Sun tiene a gala iniciar el la presentación narrando su vida con pelos y señales para que el paciente sepa con quién está tratando.

De padres sicilianos ( no se vuelvan a sorprender ustedes, muy bien hubieran podido ser coetáneos y paisanos del gran Freud) su infancia transcurrió feliz jugando a mafiosos. Oían hablar de ellos constantemente pero lo cierto es que les veían pocas veces excepto cuando se producía una omertá o el ajusticiamiento del chivato de turno que se había ido de la lengua sin respetar el primer mandamiento de todo mafioso y anacoreta que se precie: el silencio. Entonces el pueblo, reseco y polvoriento, se poblaba de extraños campesinos con la escopeta al hombro.

El niño Carlo Sun estaba tan impresionado con la mente inescrutable de sus paisanos que decidió hacerse psiquiatra. Para ello tuvo que convencer a sus padres de que reclamaran de un mafioso un antiguo favor. Lo que logró, algo que dice mucho de sus dotes de persuasión incluso siendo infante.

sábado, 13 de julio de 2019

EL SR. PESTOLAZZI, DIRECTOR DEL HOTEL




EL SR. PESTOLAZZI, DIRECTOR DE HOTEL


Es un ejemplar de las que ya no quedan, pelota y atildado hasta el extremo. Siente admiración por el director de hotel en la película Pretty Woman. Su obsesión por las buenas maneras, la estética en el vestir, la psicología del cliente y el agradecimiento de quienes son algo en este mundo, le lleva al servilismo discreto,con los clientes normalitos, y al lameculismo indiscreto con los más ricos y poderosos.

Acostumbra a vigilar el ajetreo del hotel desde los lugares más inimaginables. Es adulador con los empleados bien vestidos, discretos y amables con la clientela y por el contrario es un perro de presa con los empleados mal vestidos, poco cuidadosos de su persona y desabridos con los clientes. Le tiene especial manía al botones, de quien conoce todas sus trampas para recaudar propinas a cualquier precio y sobre todo por su desaliño indumentario.

Pestolazzi gusta de usar mezclas de las colonias más caras y sofisticadas con las que se riega todo el cuerpo, hasta las partes más íntimas y toda la ropa hasta el interior de los bolsillos. Suele dar un pestazo a colonia que ahuyenta a todo bicho viviente. Èl, en cambio, piensa que las causas son otras: poca amabilidad por su parte, un toque más exquisito en su acicalamiento, una conversación más esmerada y mayor discreción. Tine un gran complejo de inferioridad, por eso a veces, se deja llevar por la cólera. Cuanto esto ocurre se refugia en su suite y se da de latigazos con una fusta equina.

viernes, 5 de julio de 2019

IÑAKI LIZORNO, COCINERO POSTMODERNO



EL CIRCO DE SLICTIK PRESENTAAA

I Ñ A K I L I Z O R N O, C O C I N E R O P O S T M O D E R N O
NARRADO POR UNO DE SUS PINCHES DE COCINA QUE LLEGARÍA A LA FAMA COMO PROMOTOR DE LA COCINA INTEGRAL

Confieso, sin vergüenza alguna, que me hice pinche de cocina por la más elemental de las razones: hambre. Mi familia era muy pobre. Comíamos y cenábamos sopas de ajo todos los días y eso cuando teníamos pan duro (los ajos los mangaba mi hermano mayor de una huerta cercana). Si no quedaba ni un mendruguillo de pan se hacía una sopa integral, en la que además del agua del grifo se podían encontrar los elementos varios atropados a lo largo del día y recogidos en los bolsillos de los elementos -¡menudos elementos!- de esta portentosa familia que me tocó en suerte. Por poner un ejemplo clásico, una sopa integral muy bien podría estar formada por una hoja de lechuga casi sana (mangada al paso en una verdulería, negocio familiar); restos de tomate y sardina de una lata hallada en un cubo de basura urbano de familia bien, o sea sin rebañar y unas cuantas cáscaras de pipas de girasol cuando no pipas enteras si mi hermano mayor, el mangante, se acordaba de nosotros luego de pasarse el día hurtando paquetes de pipas a todo bicho viviente, más bien niño, que encontrara en su camino.



Unos días la sopa integral era de más sustancia y otros de menos, según la suerte. Para acompañarla un buen vaso de agua del grifo. Claro que la sugestión o séase, imaginación, ayudaba mucho puesto que es una de las mejores pildoritas para combatir el hambre. El otro calmante, un poquillo mejor, es un jamón pata-negra, pongamos por caso.




Las razones de semejante estado de necesidad, aparte la culpa que tiene la sociedad en estos casos -de la que no se va a librar así me pida perdón durante el resto de mi vida- eran por este orden:1ª) el alcoholismo de mi papá, un borracho indecente, que se limitaba a practicar un par de chapuzas (difíciles de explicar) a la semana, que se le iban en vino peleón. 2ª) el que mi madre fuera una cotilla infame que se pasaba el día de un lado para otro (con esto quiero decir que se enteraba de los trapos sucios de uno para contárselos al otro, no que fuera lavandera) en lugar de atropar cuatro perras, que bien nos hubieran venido. 3ª) Mi hermano mayor era un mangante empedernido, todo lo que encontraba lo utilizaba para él solito, incluidos los bienes muebles e inmuebles de la familia. 4ª) los hijos del matrimonio, sin contar conmigo, o sea, siete en total.


No es de extrañar, no, que con el hambre que llevaba acurrucadita en el estómago, me fijara en aquel cartelón. "Se necesita chico para pinche de cocina". Podría haber dicho "chica" y mi vida habría tomado otro rumbo o trillados derroteros, que diría el otro, pero no, una simple letra puede cambiar una vida. De esta manera entré como pinche de cocina de Iñaki Lizorno, quien, con el tiempo y unos cuantos fogones, llegaría a ser el gran maestro de la cocina nacional e internacional y jefe supremo de la cocina postmoderna que es ahora. No se lo van a creer pero llegó a los cinco platos Vajillín (la vajilla de moda en las grandes cortes europeas) y aún le pusieron uno más en exclusiva para su restaurante por haber alcanzado las más altas cumbres terrestres de la cocina, o sea el Everest del fogón.



Claro que un servidor no se quedó atrás y pasaría a la historia gastronómica como el promotor de la cocina integral. Antes tuve que superar mi timidez enfermiza, sacudirme los viejos deportivos, sonarme los mocos, limpiarme la cara con un pañuelo en el que había escupido antes y dar un paso al frente. Quiero decir con ello que necesité todas estas mandangas antes de atreverme a entrar en el ventorrillo de Iñaki Lizorno.



Ya sé que a los puristas les sonará a herejía, pero estén seguros de ello, antes de ser el ídolo de masas que es hoy, Iñaki Lizorno pasó por los más modestos destinos. Entre ellos el de propietario de un ventorrillo en las afueras de la ciudad, en una de cuyas ventanas, de sucios cristales, acaba de colocar el cartelón. Entré a un amplio rectángulo de suelo mojado y lleno de serrín que estaba barriendo, con mucho salero, una chiquilla de mi edad poco más o menos. Era Izaskun, la hija mayor de Iñaki Lizorno, con la que llegaría a hacer con el tiempo muy buenas migas. Pero eso sería mucho después, porque ahora me miró de arriba abajo, como si fuera un gitano, con perdón de los gitanos, y no estaba muy equivocada porque el abuelo de mi padre era de raza gitana, que Dios lo tenga en su gloria, y la abuela materna era judía, y hubo un ancestro árabe y creo que un lejano tatarabuelo era de raza negra, africano por más señas. Con estos antecedentes se imaginarán ustedes que en mis genes el hambre hacía estragos.



En aquel momento era el estómago, y no los genes, el que se quejaba amargamente. En lugar de ofrecerme un currusco de pan con chorizo Izaskun me preguntó, con muy malos modos, todo sea dicho, que quería. Yo, muy tímido y cortado, ante la belleza de la damita, señalé con el dedo el cartelón. Ella comprendió enseguida. Espera, voy a llamar a mi padre. Y se introdujo en el corredor por una puertecita a mi izquierda.



Iñaki era en aquellos tiempos un joven, fortachón y simpático como todos los vascos, y de vozarrón tal que hacía temblar los cristales sucios de las ventanas. Me vio y decidió en el acto que no le convenía. Fue entonces cuando recordé mi hambre ancestral y defendí mis cualidades a capa y espada. Me conformaría con las sobras. Me bastaba y sobraba como salario. Trabajaría como un esclavo, día y noche, noche y día. Iñaki se rascó la cabeza, plena de recio pelo y tardó tres segundos en revocar su primera decisión. Aquel pinche era un chollo, hablando económicamente. Esta facilidad para tomar las decisiones más difíciles, en dos o tres segundos, sería una de las cualidades que le llevarían al triunfo. En la cocina no se puede dudar mucho, se prueba y si sale bien estupendo, y si sale mal a fastidiarse. Otra de sus cualidades, que apreciaría pronto, era su exquisito paladar, unido a unas manos de cocinero vasco de toda la vida.



Me preguntó cuándo podría empezar y contesté, al pronto, que ya. Necesitaba comer cuanto antes, no podía esperar al día siguiente. Así empezó la más curiosa asociación en la historia de la cocina moderna. Iñaki Lizorno, as de la cocina postmoderna, y un servidor, as de la cocina integral, mano con mano y codo con codo llegaríamos a transformar la cocina tradicional, base de toda cocina que se precie. En un próximo capítulo les contaré cómo degusté los primeros platos en la cocina de Iñaki. Para chuparse los dedos, pueden creerme.



Continuará