UN RASCACIELOS EN MONTPARNÁS
Milarepa es un joven monje
budista que llegó a Occidente hace ya tres o cuatro años para cumplir una
misión que su maestro –cuyo nombre conserva en celoso secreto- le encargara.
Teniendo en cuenta que entonces tenía catorce años y que ahora tiene veintiuno
podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que nuestro amigo lleva danzando por
aquí, y concretamente por España, unos seis o siete años.
España es un país que le gusta
mucho, casi tanto como la tortilla de patata, que como es vegetariano ha
resultado ser su plato preferido de la cocina española. Nada de callos a la
madrileña o de paella de marisco. Un cocidito no estaría mal si solo tuviera
garbanzos y un poco de berza y una sopa vegetal en lugar de la sabrosísima sopa
de cocido que tiene el sabor del chorizo, el jamón, el tocino… ¡Dios nos libre
de tanta carne que obtura los canales energéticos y que para obtenerla han
tenido que ser sacrificados muchos animales!
Aquí, en España, un español
gordito, obeso, calvo, barrigón, pero buena gente en general, se postró a sus
pies, clamando: “milagro…milagro”. Había decidido convertirse y dejar su vida
de pecado y perversión. Se hizo llamar Karmafinito y renunció a la lujuria –lo
que no le costó mucho porque las mujeres no le hacían mucho caso, seamos
sinceros- y a la gula –bueno, a esto intentó renunciar y el buen propósito le
duró dos días, al tercero se comió un buen cocido a la madrileña- e intentó
renunciar al mundo, al demonio y a la carne. Lo consiguió con los dos primeros,
no así con el tercero. Quiero decir con la carne de comer, que de la otra hacía
años que no se la servían en bandeja. Quiero decir la carne que no se come pero
que nos gustaría comer… Bueno, dejémoslo, que me acabo de hacer un lío.
Milarepa estaba de rergeso en
el Tibet, concretamente en el Potala, buscando un poco de tranquila meditación
y los consejos de su maestro, porque después de aguantar a Karmafinito una
temporada, el regreso a las soledades de su infancia se le hizo imprescindible.
Fue allí donde recibió, en
fecha indeterminada, un telegrama firmado por un tal Slictik (¡vaya usted a
saber de quién se trata, menudo nombrecito!)sin más apellidos, ni dirección, ni
dato alguno que permitiera identificarlo a través de Google o contratando a un
detective privado para que espiara su domicilio o simplemente visualizarlo a
través del tercer ojo.
El telegrama había pasado ya
por tantas manos que estaba muy arrugado, sucio y era apenas legible. Fue una
suerte que Milarepa se encontrara en el Potala, porque de haber estado en
alguna cueva, meditando, el telegrama habría llegado con tal retraso que
Como ya hemos dicho, Milarepa
era muy joven, tal vez veintiuno o veintidós años. Había viajado tanto, a pesar
de su extrema juventud, que sabía casi todo de Occidente y conocía muy bien los
legalismos que se gastan por allí para blindar todo lo material: contratos,
edificios, poderes del Estado…Por estos y otros motivos había procurado
preparar su mente para el combate en terreno adverso.
Su itinerario a través de
Occidente había sido tan varado como productivo, espiritualmente hablando,
incluso fue divertido en muchos momentos. Sí, recordaba con cariño la etapa de
su casta vida en la que residió en el Hotel de los disparates, ubicado en el
nuevo país caribeño, nacido o renacido recientemente a la independencia y llamado
el País de
Milarepa albergó durante un
tiempo la esperanza de que aquel nuevo territorio fuera la semilla de un
movimiento espiritual que contaminaría el mundo de bondad y globalizaría los
valores espirituales hasta conseguir que llegaran a los últimos rincones, donde
la oscuridad de las dictaduras levantaba el clamor de los corderos del
Apocalipsis.
Allí fue donde Olegario
Brunelli, quien con absoluta fatuidad se consideraba a sí mismo como el
humorista “Lumber one” del planeta, y ello a pesar de su obesidad y la grosería
e insulsez de sus chistes, recibiera otro telegrama idéntico al que Milarepa
tenía en sus manos, casi en la otra punta del mundo.
Aunque dicho telegrama solo lo conozco por
referencias sí estoy en condiciones de manifestar que no era tan idéntico como
hubiera parecido. Su contenido sería el siguiente:
“Ha sido usted nombrado coparticipe de una importante suma
STOP donada por el millonario Slictik STOP Preséntese en las oficinas o
conserjería del rascacielos sito en el barrio de Monparnás, calle…. A la mayor
brevedad posible STOP Y CIERRO
Me dirán ustedes, y con toda
razón, que tiene muy poco sentido, en la era virtual de la comunicación utilizar
un medio tan obsoleto como el telégrafo, existiendo fax, correo electrónico,
móviles a los que mandar “esemeses”. Cierto, pero el millonario Slictik no es
tan tonto como parece, y él conocía muy bien que Milarepa nunca usó móvil, ni
correo electrónico, ni “faxes”, porque sus poderes telepáticos y mentales le permiten saber quién desea ponerse en
contacto con él y por qué. En cuanto a Brunelli estaba siempre perdiendo los
móviles con la esperanza de que los encontrara una atractiva y generosa
señorita, la cual se pondría en contacto con él para devolvérselo. Razón por la
cual en el primer contacto de la lista había puesto:
AABrunelli-humorista-seductor.
Continuará