PERFILES
EL BOTONES
Es en
el fondo un rebelde. Su padre tiene acciones en el Hotel, y un puesto
importante. En realidad, lo ha sacado de un problema por tenencia de drogas, en
el que el chico no tiene nada que ver, sino a través de su novia. Sin embargo,
y como corre el riesgo de ir a la cárcel, el padre le ha impuesto ese trabajo,
a cambio de cubrirlo a él y a su novia, además de tenerlo controlado. Que es lo
que él cree. Terminado el horario de trabajo, el botones, vuelve a vestirse de
heavy, vuelve a su moto y a sus correrías. Pero en el hotel, es el mejor
discípulo del Conserje. Y hasta lo disfruta.
EL CONSERJE
Es un hombre cincuentón, muy bajo y esmirriado. No es demasiado considerado por
su familia(vive con su madre y una hermana, es soltero), quizá porque es
soltero, quizá porque esperaban más de él. Pero él se siente protagonista de
cada hecho, e inclusive de cada personaje que pasa por el hotel. Siente que
tiene autoridad, y que puede controlar situaciones difíciles. Sabe
desempeñarse, conoce idiomas, sus superiores están muy conformes con él.
Sin embargo, el conserje, tiene oculto el dolor de no sentirse apreciado por su
familia, y sueña con el amor, que la inseguridad o las circunstancias le han
negado.
EL
DETECTIVE ASTA DE TORO
Aunque
resulte increible, ese es su verdadero nombre. De haber sido español de
nacimiento a todos nos parecería perfectamente normal este nombre. Un padre o
una madre apasionados de los toros, la euforia del nacimiento del primer hijo
varón, un funcionario del registro civil corrupto que se deja comprar con unos
billetes en el forro del libro de familia...Fácil de entender, comprensible...
de haber sido español, pero no lo era.
Su
genealogía es tan intrincada que me niego a investigar más ramas. Quedémonos
con el nombre y el apodo que utiliza habitualmente. Acepta que le llamen
Antonio Asta o Toro Rodriguez, no suele embestir, no al menos como cuando se le
llama por su verdadero nombre, Asta de Toro. En cambio si se le llama por su
apodo más querido, Antonio Rodriguez, entonces está asegurada la amistad eterna
por su parte. Nosotros le llamaremos Asta de Toro porque estamos a salvo de sus
iras.
Es
un hombre bajo, regordete, cara redonda, mofletes enormes y rojos como chuletones
recién cortados. Es la excepción a la regla del buen gusto estético que impera
entre el personal. La expresión bondadosa de sus ojos es engañosa, lo mismo que
la inmovilidad y la rigidez de movimientos a que le obliga su obesidad. No
obstante es ágil como un atleta cuando es preciso y su bondad dura lo que dura
su confianza en las buenas intenciones del otro.
Apasionado
adorador de la novela negra y de sus detectives, se pasa las horas muertas
leyendo a los clásicos del género, sin desdeñar a los autores modernos. Las
versiones cinematográficas de estos clásicos le entusiasman hasta la
exasperación, incluso se olvida de comer las tonterias que se comen en estos
casos, mientras los ve en el video o en el DVD.
Le
gusta soñar con regresar en el tiempo hasta los años veinte o treinta y
transformarse en el detective A.R. el seductor de Laurens Bacalls millonarias.
A veces la ensoñación se hace tan absovente que llega a actuar como si fuera el
mismísimo Philip Marlowe y no A.R.
El
futbolista es un argentino que juega en Europa, donde ha logrado con mucho
esfuerzo hacer pie, después de bastantes dificultades. Es que, el hecho de ser
contratado como el refuerzo y la estrella de cuyos pies deben nacer las
soluciones a la falta de gol de su equipo, le impone una presión constante con
la que debe remar a diario y muchas veces lo sobrepasa. Es, naturalmente,
mujeriego, lo cual no le impide ser terriblemente celoso, tanto de su abnegada
esposa como de su bella amante, a la que cela mucho más que a la primera.
Otra
de sus preocupaciones, que le roban el sueño de muchas de sus noches, es el
hecho de ser aceptado en el Jet - Set europeo, para lo cual, estima, debe dejar
en el olvido sus raíces de potrero en el barrio de La Boca. A tal efecto se ha
teñido el cabello de un color rubio casi albino y usa lentes de contactos
azules que, obviamente, no necesita.
Trata
entonces, de lucir aplomado y flemático, al estilo inglés standard, adoptando
así una pose "civilizada" según su parecer, pero los resabios de
muchacho de barrio se le filtran en los momentos más inesperados,
ocasionándoles más de un disgusto. Tiene pavor de que los papparazzi descubran
sus aventuras secretas ya que esto echaría por tierra todos sus esfuerzos para
caracterizar al personaje que representa en su vida. " Los europeos son
tan chantas como nosotros, pero como son más inteligentes y no levantan la
perdiz " razona para sus adentros y bajo esta máxima trata de encauzar sus
acciones.
La
escena del hotel lo desconcierta porque el terror por los papparazzi lo impulsa
a huir despavorido del hotel y sus celos, a permanecer allí, custodiando que a
ningún pajarón se le ocurra arrastrale el ala a su joven, bella y simpática
amante.
LA
MONJA CLARISA Y EL GRAN TENTADOR
El
gran tentador, también llamado Luzbel o Luzbella según se considere al demonio
como masculino, femenino o hermafrodita, o Belcebú (más conocido como el bello
Cebú) si se consideran sus transformaciones animales o Satanás, si se viste con
sotana para tentar monjas, monjes o hasta el Santo Padre de Roma ( también
conocido en las leyendas más esotéricas como Sotanás), o Astaroth si se le mira
como un macho cabrío con la pezuña hendida o... pero dejémonos de tonterías. Lo
que deseaba contarles es que el demonio llevaba algún tiempo sin moverse de su
poltrona de reye del mundo. Desde allí observaba el devenir de los días y el
acontecer de los pequeños pecadores (ya no hay grandes pecadores en estos
tiempos, y es una lástima).
Estaba
más que harto de delegar funciones en aquellos demonios burócratas,
chupatintas, zopencos e inútiles que enviaba a legiones, al caer la noche, a
las grandes metrópolis del mundo para tentar almas descarriadas. Su intención
era convertir alguna de ellas en una nueva Sodoma y Gomorra y de esta forma
hacer que los pecadores sufrieran el castigo del fuego divino. Pero sus
acólitos eran tan, tan idiotas, que los presuntos pecadores se reían en sus
narices. Ya no existe el pecado, eso es un invento del demonio y el demonio no
existe.
Luzbel
saltó de su poltrona, santamente encolerizado de semejante desfachatez, y
puesto de culo sobre el suelo clamó porque volvieran los tiempos de los grandes
pacadosy las grandes penitencias. Clamó por el surgimiento de nuevos tiempos,
propicios para la causa lujuriosa, poderosos para doblegar a las grandes
cabezas cuadradas de la santidad, aceptables para la magia negra y la
corrupción y perversión más desaforadas. Para ello nada mejor que probar con la
cabeza cuadrada más dura de la santidad humana. La monja Clarisa tenía fama de
cabeza cuadrada y de santa hasta extremos delirantes. Si ella caía en las
garrás de Luzbel, nadie, nadie se libraría de encenagarse en el pecado.
La
monja Clarisa, en otros tiempos más jovenes conocida como Clarita Alegría, una
pizpireta camarera del hotel Joie de vivre, ahora cumplía los noventa años
recluida y haciendo penitencia por sus muchos desvarios en un monasterio del
famoso Monte Ostos. Vestía hábito blanco y permanecía recluida en su celda
guardando un perpetuo silencio, solo interrumpido por la monotonía de sus
rezos.
Llamemos
monjita a Clarisa por la pequeñez y endeblez de su cuerpo, en otros tiempos
rotundo y descarado, una especie de campana de cintura de avispa y amplias
caderas, que tocaba a lujuria a varias leguas de distancia. Ahora los años han
acabado con su cintura y sus caderas, parece un esqueleto andante y solo el
revuelo de su hábito da una sensación de rotundidad. Tanto ayuno y abstinencia
puede terminar con las pecadoras más empedernidas. Nadie, ni ella misma,
recuerda que una vez fue Clarita Alegría, la más feliz criatura de este mundo
pecador.
Durante
muchos años ha permanecido en el silencio más profundo y ha vencido las
tentaciones más violentas de pensar en los hombres o en el mundanal ruido.
Rodeada su cintura de cilicios puntiagudos domeñó las pasiones y venció a la
legión de demonios que le fueron enviados para tentarla. Ahora, al comenzar
esta historia, duerme apaciblemente sin necesidad de cilicios ni de camisones
de esparto. Ha vencido al gran tentador y ella lo sabe.
Lo
que no sabe es que el gran tentador, Astharot o Satanás, más conocido como
Sotanás, camina, con sus pezuñas hendias, por los largos pasillos de balsosas
frías y ya rajadas por el tiempo, buscando la celda monacal de la monja
Clarisa. El gran tentador no las tiene todas consigo. Teme que ni la
imaginación más desbordante podrá encender en se viejo pergamino que es la
monja Clarisa deseos pecaminosos, ni de lujuria, ni de nada. Respirando fuerte,
cara a la pared, un lienzo blanco en la noche, la monja Clarisa es el vivo
ejemplo de la bondad y dechado de todas las perfecciones.
El
gran tentador va pensando por el claustro qué tentaciones serán las primeras
que empleará para lograr que la monjita salga al mundo y en él se pervierta
como nadie se ha pervertido desde el principio de los tiempos. ¿Logrará Sotanás
sus pecaminosos objetivos?. ¿Resistirá Clarisa las emponzoñadas imaginaciones
que el demonio proyectará sobre la pared de su celda, como si de una película
se tratara?. La respuesta está en el viento.
Romina
es una adolescente enamorada de este ídolo de fútbol. No sabe si porque es
lindo, porque es figura o por qué. Pero está loquita por él y se ha fugado de
la casa para pasar una semana con su ídolo. Lo cela tremendamente, tanto como
lo mima.
SÓTANOS DEL HOTEL.
Tras dejar que sus padres se
instalaran a gusto en la habitación número 2, Juanito y su inseparable lorito
decidieron explorar el hotel, sin dejar rincón sin observar y memorizar. Antes
de salir de la habitación pudo observar cómo su papá miraba el trasero de la
camarera, de Clarita Alegría, encandilado y con ojitos de querer. Su mamá que
había observado el detalle ponía morritos, de lo que dedujo que sus “papis”
iban a estar muy ocupados en cuanto la camarera les dejara solos.
Le llevó más de una hora
hacerse una idea clara de las dependencias del hotel y su distribución, de los
pasillos, los recovecos, los atajos y los posibles escondites. Lo que más llamó
su atención fueron los sótanos, a los que accedió mezclándose con un grupo de turistas
que visitaban el hotel, antiguo convento y monumento de fuste, con una guía
explicando los datos más relevantes de lo que un día fuera convento de Santa
Clara y hoy Hotel Monasterio de los disparates. Cuando oyó a la guía mencionar
la leyenda que corría por ahí de que en el hotel algunos habían visto un
fantasma, mejor dicho una fantasma, que creían podría tratarse de una monja que
viviera y muriera allí, años atrás, o mejor dicho, siglos atrás, y que donde
más se la había visto era allí, en los sótanos, Juanito no pudo resistir la
tentación de compartir tan valioso descubrimiento y buscar un compañero de
aventuras.
Como solo conocía una posible
compañía, la niña Natalia, recién instalada en el hotel y que permanecía en la
habitación con sus padres, seguramente deshaciendo las maletas y poniendo todo
en orden, decidió buscarla, pedir perdón e intentar que le siguiera a los
sótanos, donde sin duda vivirían emocionantes aventuras.
Al llegar a la habitación
número 1, justo al lado de la suya, donde Don Serge había instalado a la
familia de Natalia, observó que la puerta aparecía entornada y que en su
interior se escuchaban voces tranquilas y pasos mesurados. No se atrevió a
llamar y mucho menos a colarse sin más, por lo que decidió enviar a su lorito,
a John Silver, el largo, para que entregara un mensaje de viva voz a Natalia.
El mensaje era escueto y decía lo siguiente:
-Juanito te pide perdón. Sal
un momento. Tengo algo que contarte. El lorito, que era más listo que el
hambre, se coló en la habitación sin hacer ruido, se colocó tras un florero y
esperó la ocasión en que la niña estuviera sola. Cuando esto sucedió voló hasta
el hombro de Natalia y ante la sorpresa de la niña, picoteó con cariño una de
sus orejas, luego con toda la suavidad de que era capaz, que no era mucha, le
dio el mensaje de Juanito, al que añadió algo de su cosecha. Donde el mensaje
decía Juanito a secas, el lorito añadió, Juanito tonto, y lo repitió varias
veces. Luego entregó el mensaje y Natalia asombrada de la listeza del animalito,
del mensaje de Juanito, y del cariño que mostraba el lorito, salió al pasillo,
donde le esperaba ya el repelente niño, dando patadas a un tiesto metálico que
había en una esquina. El sonido debía de gustarle, porque no hacía otra cosa
que dar una patada tras otra, como si fuera el campanero mayor de una iglesia,
tocando a “arrebato”.
Juanito saludó a Natalia sin
muchas palabras ni ademanes. Quiso saber si John Silver le había entregado el
mensaje y cuando la niña lo confirmó y se rió por lo “bajini”, decidió que
sobraban más alharacas y le pidió a Natalia que le siguiera.
-Ven, quiero que conozcas un
sitio donde lo vamos a pasar muy bien. Dicen que hay una fantasma…
Natalia abrió sus grandes
ojos desmesuradamente y en su rostro se dibujó el miedo a lo desconocido. Ella
tenía un miedo espantoso a los fantasmas, aunque nunca había visto ninguno.
-¿Una fantasma? -Exclamó con
su voz quebrada por la emoción-. No, no quiero ir a ese lugar, nada más
pensarlo me dan escalofríos.
Pero, Juanito sabía que la convencería
usando sus dotes persuasivos. Y si, aún así, no lo conseguía usaría a John
Silver como aliado para convencerla.
-Pues, si no vienes, no
jugaré contigo en todo el tiempo que duren las vacaciones y te aburrirás como
una ostra fuera de su concha. Además, no sé porqué, tienes tanto miedo. Si vas
conmigo y con mi lorito, no te pasará nada. Si aparece la fantasma le enviaré a
John Silver para que le picotee las orejas. Dicen que es una monja que quizá
alguien le jugó una mala pasada y no quiere dejar este mundo hasta conseguir
que se sepa lo ocurrido. O, tal vez, sea Alvarito Pina que
se viste de monja para hacer una broma a los huéspedes. No hay nada seguro.
Probablemente sean solo rumores.
Natalia se tranquilizó un
poco, y después de pensárselo accedió, pero con condiciones.
-Te acompañaré, pero, has de
conseguir unas velas para alumbrarnos y cerillas para encenderlas, o una
linterna. Tú siempre irás delante sin retirarte de mí. ¿Cómo podrás conseguir
las velas y las cerillas?
-No te preocupes, se las
pediré a Alvarito Pina. Él nos las conseguirá.
-¿Y, si no
quiere?
-Querrá te lo aseguro. Si se niega, romperé un macetón o un
jarrón, y le diré a Don Serge, que ha sido él, y verás qué tirón de orejas le
da.
Naturalmente, Alvarito se negó en principio, pero cuando Juanito
le amenazó con romper macetones y jarrones y culparle a él ante Don Serge, y
teniendo en cuenta que ya había roto uno y estuvo a punto de ser despedido,
aceptó. ¿A quién iba a creer Don Serge? ¿A él que ya tenía un antecedente, o a
un niño que acababa de llegar?
Con lo necesario para explorar los sótanos, Juanito, Natalia y
John Silver, se pusieron manos a la obra. Es un decir. El lorito se puso alas a
la obra. Juanito empujó la puerta de entrada y encabezó la marcha hacia las profundidades,
convencido de que Natalia se haría pis nada más entrar, pero se equivocó.
Cierto que Natalia tenía miedo, pero como era tan ingenua, confiaba en que
siendo un niño tan diabólico, se cambiarían las tornas y la fantasma tendría
miedo de él y no aparecería.
A Juanito le extrañó la aparente entereza de Natalia, que le
seguía al parecer sin inmutarse. Entonces, se propuso utilizar alguna de sus
argucias para sembrar el miedo a su alrededor. Le habló algo al oído a John
Silver, y le dio un fuerte tirón de la cola. Y enfadado con su amo, voló fuera
del alcance de la luz de la vela y retornó por detrás de ellos posándose sobre
la cabeza de Natalia. Ésta gritó tan fuerte que retumbó en la lóbrega oscuridad
y dio un manotazo a John Silver el largo, que salió despedido y revoloteó hasta
posarse sobre el hombro de su amo diciendo: ¡Natalia tonta! Juanito sonrió e
hizo lo posible para calmarla. Continuaron por la ruta que siguió la guía
cuando se mezcló con los turistas y notó que algo no le cuadraba. Las dimensiones
del sótano en la parte que él había visitado, no coincidían con las que había
apreciado con respecto al exterior. Intuía que había gato encerrado. O quizá,
monja encerrada, y de ahí que su espectro vague con la intención de que alguien
descubra la puerta secreta que conduce al lugar...
Juanito que había escuchado las explicaciones de la guía
turística y se había hecho con un folleto del hotel, sabía un poco de la famosa
monja fantasma. Al parecer nunca aparecía hasta pasada la medianoche y solo
hablaba con hombres, adultos, por supuesto. Si eso era así de nada serviría su
excursión por los sótanos, pero Juanito tenía su propia versión de la famosa
frase –si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña- solo que en
versión juanítica, nada me da miedo y si para divertirme tengo que ver
fantasmas… pues los veo.
A pesar de su entusiasmo el niño sabía muy bien que los
fantasmas no se aparecen así como así y menos a un niño, sobre todo cuando es
una señora, aunque sea monja o abadesa, y le gusta soltar frases picantes a los
hombres cuando se van al lecho. Juanito, como buen niño que era y de corta
edad, solo tenía una idea muy vaga del sexo, en realidad solo sabía lo que
había escuchado a sus papás por casualidad, cuando acechaba tras las puertas, a
ver qué tramaban. También había oído ruidos raros en su dormitorio, algo que
alguna vez nos ha sucedido a todos cuando éramos niños. Esas cosas le
intrigaban pero su curiosidad nunca llegó a mayores porque no le parecía algo
divertido. A él las niñas le gustaban para jugar, si eran traviesas y no se
asustaban de nada. Si eran apocadas y serias prefería gastarles bromas. A lo
más que había llegado Juanito en el resbaladizo tema del sexo fue a subirle las
faldas a una niña con una larga rama, para ver si las tenía blancas o rosas y
así ganar una apuesta. Lo sucedido con la “profe” o la “seño” fue un incidente
erótico no buscado por Juanito, quien se limitó a colocar varios chicles en su
asiento. La profe se rompió el vestido al intentar levantarse y todos los niños
pudieron percibir un atisbo de sus braguitas de adulta. Los niños se rieron con
ganas y las niñas miraron a Juanito con ojos de querer degollarle, pensando,
tal vez, que si se había atrevido con “la profe”, ellas nunca estarían seguras.
Por eso a Juanito le importaba muy poco lo que pudiera decirles
la monja fantasma, lo que en realidad andaba buscando era darle un susto de
muerte a Natalia y mostrarle lo valiente que era él. Un sentimiento muy
machista que tal vez aprendiera en parte de su padre, pero que era congénito en
él. El niño no sabía qué pensar de los fantasmas ni del más allá, ni si rezando
se podía atraer o no a una fantasma abadesa, a pesar de ello le pidió a Natalia
que comenzara a rezar. Ésta se le quedó mirando, como si pensara si no sería
una broma más de Juanito, pero cuando este inició un padrenuestro un tanto
surrealista, dado su desconocimiento de la oración, la niña se atrevió a
corregirle y hasta llevó la voz cantante.
Juanito había descubierto un extraño boquete, tras un tapiz, y
mientras la guía desaparecía con sus adultos, siguiendo el recorrido marcado,
él decidió arriesgarse para ver a dónde conducía aquel pasadizo. De esta forma
mataba dos pájaros de un tiro: la abadesa podía tener miedo de mostrarse a un grupo numeroso de personas pero se atrevería
sin dudarlo un segundo con un par de niños medrosos, y por otro lado, daría
plantón a Alvarito, que les había seguido con mucho disimulo, y a don Serge. Si
sus papás querían buscarlos que se atrevieran a bajar hasta allí. Y Juanito se
rió por lo bajini.
Natalia le preguntó de que se reía y el lorito contestó por el
niño:
-Juanito tonto. Juanito tonto. Gruaaaggg
La niña se rió y el niño,
rabioso por el desplante de su lorito, le dio un tirón de la cola con muy mala
baba y con rapidez se desplazó, bajando la cabeza, a todo correr por el
pasadizo. Oyó la voz de Natalia rogándole que la esperara y el lorito, que al
parecer se había encariñado con ella, le arrebató la vela en un descuido y
salió volando en busca de la niña.
Juanito, maldiciendo a todo lo habido y por haber, sacó otra
vela de su bolsillo y la encendió, no al primer intento, porque de alguna parte
venía un soplo de aire que le apagó la cerrilla varias veces. Cuando al fin se
hizo la luz, el niño salió a un extraño patio circular, una especie de
catacumba, con el techo mucho más alto que el pasadizo y en el centro una
especie de pozo, muy viejo y ruinoso, apenas tapado por un par de tablas medio
podridas. De allí salió una voz de ultratumba, de mujer encolerizada.
-¿Quién osa despertarme antes de la hora?
Juanito se estremeció pero no quiso salir corriendo. ¿Dónde
estaría Natalia? Solo faltaba que ahora la niña no pudiera ser espectadora del
mayor acto de valor de toda su vida.
Se me olvidaba añadir que por el antiguo convento donde la Escuela de Escritores tiene su sede deambula el fantasma de una abadesa que, a la medianoche, visita en su habitación al huésped recién llegado y le susurra al oído palabras que, sin desmerecer de su dignidad, encubren insinuaciones un poco picantonas. El Convento de Santa Clara se construyó junto a la Ermita de la Concepción en el siglo XVI y albergó a las monjas clarisas hasta 1868. La ermita, ya desaparecida, era muy venerada en toda la comarca. Cuentan que los alcazareños apenados por los estragos que produjo una plaga de langosta recurrieron a la Virgen para que les librara e hicieron el Voto de guardar perpetuamente su festividad. Pero la plaga desapareció y el pueblo se olvidó de renovar su promesa hasta que en 1546 volvió de nuevo la langosta y el Concejo y la Universidad de Alcázar de San Juan acordaron restaurar de nuevo el Voto.
Estas noticias llegaron a oídos de la religiosa alcazareña sor Francisca de la Cruz, abadesa en el Monasterio de San Juan de la Penitencia de Toledo, que junto a María Fernández, conocida como la Peregrina de Cristo, concibió la idea de fundar en Alcázar un monasterio junto a la ermita. Pasaron varios años de trámites hasta que al final el edificio se construyó en 1564. El Convento de Santa Clara se construyó junto a la Ermita de la Concepción en el siglo XVI y albergó a las monjas clarisas hasta 1868. La ermita, ya desaparecida, era muy venerada en toda la comarca. Cuentan que los alcazareños apenados por los estragos que produjo una plaga de langosta recurrieron a la Virgen para que les librara e hicieron el Voto de guardar perpetuamente su festividad. Pero la plaga desapareció y el pueblo se olvidó de renovar su promesa hasta que en 1546 volvió de nuevo la langosta y el Concejo y la Universidad de Alcázar de San Juan acordaron restaurar de nuevo el Voto.
Estas noticias llegaron a oídos de la religiosa alcazareña sor Francisca de la Cruz, abadesa en el Monasterio de San Juan de la Penitencia de Toledo, que junto a María Fernández, conocida como la Peregrina de Cristo, concibió la idea de fundar en Alcázar un monasterio junto a la ermita. Pasaron varios años de trámites hasta que al final el edificio se construyó en 1564.
Veintiséis años después la Orden Franciscana concedió a las religiosas del convento la Regla de Santa Clara. Y en el siglo XVII el monasterio se amplió y se reformó la ermita que pasó a ser iglesia del convento formada por una sola nave alargada terminada en ábside.
El Convento de Santa Clara fue respetado por la desamortización de Mendizábal y por la exclaustración de 1835. Pero en la segunda mitad del siglo XIX se cerró y se cedió al Ministerio de la Guerra para la instalación de un cuartel. Finalmente, en 1980 pasó a ser propiedad municipal y, actualmente, y tras una profunda restauración es utilizado para actos culturales y como hotel-restaurante por Gestnova Tecnic C.M, S.L.U.
Eran característicos del convento los dulces de la Concepción figurillas de mazapán que hicieron las delicias de los alcazareños. Y de su cocina salió la receta de las famosas tortas de Alcázar, dulce típico local.
El Convento, de gran sobriedad decorativa, es de estilo renacentista.