EL DOCTOR CARLO SUN, DISCÍPULO DE
JUNG
Bajito, enjuto,
morenazo como buen siciliano que es. Sus orígenes le han dado más problemas que
sus locos. Porque el doctor Carlo Sun es psiquiatra aunque sus métodos
terapeúticos son un tanto extravagantes y no caen bien entre sus colegas de
profesión. Se confiesa acérrimo discípulo de Jung y despotrica a gusto de Freud
al que le ha cogido una manía propia de alguna de las patologías que sufrimos
sus pacientes, pero claro él es el doctor y los locos nosotros. Los terapeutas
no están locos, al menos eso es lo que dicen ellos, pero este narrador cree que
está como un cencerro aunque me cae muy, pero que muy bien, lo confieso.
Tuvo serios
problemas en Sicilia por tratar a un mafioso que creía estar volviéndose loco.
Como sus métodos son tan estrambóticos no se le ocurrió otra cosa que decirle
que en realidad no padecía ninguna enfermedad mental sino únicamente
remordimientos de conciencia por sus muchos crímenes. El otro se lo tomó a mal.
Hasta a los mafiosos les molesta esta sinceridad apabullante de que hace gala
el doctor Sun que no parece tener remedio ni en este aspecto de su personalidad
ni en ningún otro.
Recibió serias
amenazas de muerte de su propio paciente que le obligó a seguirlo tratando hasta
que pensara en lo que iba a hacer con él. Seguramente algo horrible. Nada de
una muerte rápida, unas buenas sesiones de tortura. Eso es al menos lo que
pensó el doctor D. Carlo que, muy astuto él, le sugirió la terapia de la
hipnosis regresiva y de esta forma clavó en su subconsciente la orden de que a
escondidas de sus sicarios debería traerle una cartera repleta de fajos de
billetes usados y con esa numeración que piden siempre los secuestradores
aunque un servidor no sabe muy bien de qué va la cosa porque no me gustan
demasiado las películas policiacas.
El caso es que el
mafioso sería muy duro de roer pero cayó en la trampa del subconsciente como
caemos todos. Dejó en las manos del Dr. Sun la cartera que éste recogió con
verdadera devoción y puso pies en polvorosa no sin antes darle la orden
hipnótica de que durmiera durante cuarenta y ocho horas seguidas y no recordara
nada al despertar. ¿Saben a dónde fue a parar el ínclito Dr. Carlo Sun? ¿No se
lo imaginan? Pues, para suerte de todos los locos catalanes, españoles y de
medio mundo, vino a poner sus magras posaderas aquí en Barcelona, en un
despacho de la Diagonal. Doy gracias a Dios todos los días por haber guiado sus
pasos hasta aquí y le pongo una vela en cuanto pueda a la Virgen de Montserrat,
a la moreneta.
¿Qué quien soy
yo? No se lo van a creer. El narrador es uno de sus pacientes, precisaría aún
más, soy el único paciente que en sus duros comienzos aquí en Barcelona no le
abandonó al primer descuido en cuanto se enteró de que era siciliano y tenía
fama de mafioso. Como lo oyen, amigos. Se que suena raro eso de un psiquiatra
siciliano y con fama de mafioso pero cosas veredes amigo Sancho. Mi nombre es
Severino Severo Amable y padezco el síndrome de empatía compulsivo-paranoide.
No, no lo busquen en su diccionario de medicina porque lo descubrió el doctor
Sun para mi alivio porque nadie daba con mi enfermedad. ¿Se lo pueden creer? No se lo voy a describir porque podrán leer mi historia clínica al final de
esta biografía. Como ladrón de los historiales de sus pacientes (con su
consentimiento por escrito) y cronista de esta vida heròica dedicada casi en
exclusiva al estudio de la mente me permito la licencia me poner mi historia
clínica la primera. Ustedes disculparán mi narcisismo patológico pero es que
las enfermedades mentales, lo mismo que las infecciosas, nunca vienen solas
Permítanme que
una vez presentado el cronista continúe con la biografía de este personaje
egregio e ínclito donde los haya. Sus comienzos no fueron fáciles puesto que
aparte de proceder de familia humilde los mafiosos sicilianos seguían su pista
y no podía hacerse publicidad así a las claras. A pesar de los numerosísimos
títulos que colgó en los lujosos retretes para damas y caballeros que mandó
instalar justo a la izquierda de la sala de espera según se entra y que todos
miraban con los ojos abiertos como platos por razones que ya les describiré en
su momento lo cierto es que espantaba un poco ver a un tipo bajito, enjuto y
seco como mojama y con cara de mafioso sentado al otro lado de la mesa de caoba
con su bigotito casi a la altura de la superficie de la preciosa mesa,
preciosa-preciosa pueden creerme. De la primera impresión les entraba diarrea y
ya en el servicio al enterarse de sus orígenes sicilianos escapaban con el
papel higiénico entre las nalgas a la busqueda de más información sobre el
presunto mafioso. Les aseguro que ya no volvían por lo que la clientela del
ínclito se resintió durante una larga temporada. Solo este humilde narrador
permaneció erre que erre adicto a su sabiduría. Y les aseguro que no me
arrepiento porque al menos hoy conozco el nombre de la enfermedad que padezco.
Algo es algo.
Claro que no les
he contado que los clientes en fuga no necesitaban correr mucho con el papel
higiénico debajo de los calzoncillos porque antes de salir a la calle se
encontraban con Rita la portera quien asustada de su aspecto les hacía sentarse
en la portería donde les servía una tila e inquiría la causa de su malestar. Al
enterarse de sus dudas les contaba la vida y milagros del Dr. Sun de pe a pa
con lo que ya nunca jamás de los jamases volvían a pisar en varias leguas a la
redonda. Imagino su miedo a ser desposeídos violentamente de su preciado
subconsciente y les comprendo, vaya si les comprendo. No hay peor ladrón que el
ladrón de subconscientes y más cuando es un mafioso. Se lo digo por experiencia
propia.
Para evitar
quedarse sin clientela el Dr. Sun contrató a Rita la portera también como
enfermera con un buen sueldo y una ración de cotilleos sobre sus pacientes que
alimentaba más a la forzuda y bigotuda portera que un kilo de buena butifarra.
Lo cierto es que sin su ayuda le hubiera resultado imposible al buen doctor
dominar a muchos de sus pacientes. Y para muestra un botón puesto que si no fui
el primero de las víctimas de Rita la portera, digo la enfermera, lo cierto es
que fui una de las más sonadas. Les voy a contar esta historia y discúlpenme
ustedes otra vez si mi narcisismo patológico me lleva a hacer una nueva
digresión de la biografía autorizada del Dr. Sun, pero es que uno es como es y
no tiene remedio.
Reconozco que mi
primera visita a Don Carlo no fue precisamente muy recomendable. Rita la
portera-enfermera tuvo que emplearse a fondo para lograr tumbarme en el sofá y
atarme con los cinturones de seguridad que tiene disimulados bajo la tapicería.
Desde allí escuché impertérrito la presentación del terapeuta. Sí no se
sorprendan ustedes porque van a tener la boca abierta mucho rato con las
extravagancias de Don Carlo. Si bien es costumbre en todo terapeuta que se
precie oprimir el botón del relojito apenas el paciente se recuesta en el sofá
y esperar a que éste les cuente su vida en doce capítulos y un prólogo el Dr.
Sun tiene a gala iniciar el la presentación narrando su vida con pelos y
señales para que el paciente sepa con quién está tratando.
De padres
sicilianos ( no se vuelvan a sorprender ustedes, muy bien hubieran podido ser
coetáneos y paisanos del gran Freud) su infancia transcurrió feliz jugando a
mafiosos. Oían hablar de ellos constantemente pero lo cierto es que les veían
pocas veces excepto cuando se producía una omertá o el ajusticiamiento del
chivato de turno que se había ido de la lengua sin respetar el primer
mandamiento de todo mafioso y anacoreta que se precie: el silencio. Entonces el
pueblo, reseco y polvoriento, se poblaba de extraños campesinos con la escopeta
al hombro.
El niño Carlo Sun
estaba tan impresionado con la mente inescrutable de sus paisanos que decidió
hacerse psiquiatra. Para ello tuvo que convencer a sus padres de que reclamaran
de un mafioso un antiguo favor. Lo que logró, algo que dice mucho de sus dotes
de persuasión incluso siendo infante.