jueves, 4 de octubre de 2018

TALLERES VIII





Necesito un narrador objetivo, el profesor no quiere describir los métodos de trabajo de Slictik, se volvería loco a las primeras de cambio. Pienso en un narrador malévolo, en un enemigo, que podría darle ese toque divertido que necesita una vida tan caótica como la de Slictik.

Antes de salir para el trabajo con el miedo en el cuerpo Slictik se acerca al rinconcito de una estantería, coge el paquete de tabaco, las gafas de sol para evitar mirar con claridad nada que le suceda en el trabajo y una libretita tamaño bolsillo con tres bolígrafos por si falla uno. En el trabajo de calle siempre hay momentos de tensa espera mientras uno aguarda para darle un susto a su querido prójimo. Entonces Slictik saca su última libretita, dedicada esta vez al circo de Slictik y se pone a escribir sin el menor pudor. La gente pasa a su lado y le mira como al bicho más raro de la ciudad y no se equivocan porque lo es.

Ayer esbozó el primer episodio de Ladino, el terrorista psicológico. En un momento determinado se le ocurrió cómo salir del bloqueo. Lo que fallaba era el narrador. Acaba de encontrarlo recordando los dibujos de la pantera rosa. El narrador será el inspector Clausot de Scotland Yard y tendrá como ayudante para perseguir al terrible terrorista a la inspectora más atractiva del mundo, Lady Jane, más conocida por su apodo de la pantera rosa. Escribe entusiasmado se olvida de todo. Es una idea genial, la musa es complaciente con Slictik. De repente suena un relojito dentro de su cráneo. Ha llegado la hora de asustar al prójimo. Se dirige al portal correspondiente y como un Drácula moderno se presenta a la próxima víctima que acaba de abrir la puerta creyendo que es Avon quien llama a su puerta.

En el trabajo a Slictik se le ocurren las ideas más peregrinas para evadirse de su dura realidad draculina. Son tan estrambóticas que nunca cree que funcionen a la primera pero luego llega a casa y tras comer y fregar los platos se tumba en el sofá del salon y la mente se va de paseo. Le despiertan sus infames ronquidos, entonces, justo al despertar todas las piezas del mecanismo encajan. Con Ladino llevaba un par de meses que ni "palante ni patrás", pero hay que dejar que el subconsciente se ponga en contacto con otros subconscientes a través de túneles de gusano en el espacio invisible. De esta manera y sin que ellos se enteren le puede robar a Vlado el dimante, a Jucar ese pensamiento que anda buscando creyéndole perdido, a Ana-Cecilia ese corto que falta en su almacén, a Hechi esa metáfora divina que vino y se fue sin saber cómo. A Afara esa vibración sutil del corazón, a Gaviota esa visión desde arriba de una ola perdida, a Madpoet una página de su diccionario que lleva buscando varios meses y no sabe donde la ha metido, a Ximena le roba la musa un instante diciendo que es un préstamo y luego ella se siente bloqueada, a Sally le ha robado su asignatura pendiente pero ha sido una suerte porque se encontró con un aprobado inesperado... Y así hasta el infinito, el subconsciente colectivo es una gozada. Y que me perdonen el resto de rinconistas pero bastante me estoy explayando. Otro dia confesaré qué les robo a los demás.
Escribir es una enfermedad contagiosa. Princesita Sara estuvo esbozando este verano el cuento del gato Periquito que tenía a medias con su papá. En su libretita apunta que el gato Periquito, el detective más avezado del bosque intenta encontrar el mapa robado por... Aquí se queda pensativa y mira a su papá a quien se le ocurre la llegada de un pingüino al bosque. Princesita se troncha, ¿cómo puede haber pingüinos en el bosque?. La imaginación trabaja, mientras princesita y su papá elucubran en el bosque otro retoño elucubra sobre elfos oscuros y trollocs o como se diga y luego le pasa un relato que el profesor Cabezaprivilegiada critica severamente.

Mientras tanto la mamá se queja amargamente y a voz en grito de que todos están en Babia y ella trabajando como una esclava. Un día a Slictik se le ocurre echar una mano y se pone a planchar la ropa. Con las toallas y las sábanas va bien la cosa pero en un momento determinado aparece una prenda íntima de su señora y ocurre la desgracia. La plancha quema y agujerea. ¿Y ahora qué? Otra vez el grito en el cielo, en esta casa todos están en Babia y la esclava a hacerlo todo. Slictik se refugia en su pervertida fantasía e imagina la hagiografía de un santo de ciencia-ficción. San Pito Pato en el siglo XXIII de nuestra amarga era realizó portentos inenarrables que solo se atreve a hacerlo un aguerrido narrador, el erudito Don Democrito. Otro personaje del circo de Slictik y van... ¿dos docenas?

Esta familia está seducida por la musa, solo se necesita que la esclava del señor entre en el juego. Slictik consigue que escriba artículos para la revista del hospital pero no logra hacerla entrar en Babia, ¿quién hace la comida, quién plancha, quién hace la compra? La esclava del señor. Slictik se arranca un pelo y piensa que la condición femenina es muy dura. Mañana hará la comida y pasará el aspirador. Mientras lo hace le pide al profesor que invente un robot que permita a todas las familias vivir en Babia.
El profesor se lo piensa y contesta que no está dispuesto a asumir las consecuencias. Si todo el mundo está en Babia el mundo moderno se desploma, nadie ve la televisión y sin televisión la economía occidental entra en barrena. Dejemos que la realidad nos invada un poco de vez en cuando.

Los métodos de Slictik son puro caos. Estar en Babia todo el día rellenando libretas donde y cuando puede. Luego no encuentra todas las partes de un relato que pueden estar en cuatro o cinco libretas según la inspiración. Mañana pondré orden en mi vida dice Slictik y mañana repite lo mismo y sigue en Babia y las libretas y cuadernos se casan y tienen familia. Slictik es como un niño que no quiere crecer porque cuando crece viene el jefe y le pone contra las cuerdas. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.