martes, 8 de septiembre de 2020

TALLERES XXIV

 


De: Alias de MSNSlictik2  (Mensaje original)

Enviado: 28/08/2004 18:43

 

Aunque ustedes no se lo crean es mi deber informar de un hecho realmente insólito. Unos días antes de la inauguración del congreso de humoristas globalizados por la paz, se produjo un acontecimiento de hondo calado en la opinión pública, también globalizada. De los tanques criogénicos "Vitam post mortem", en Kansas city Kansas, salieron por sus propios pies y tomando el pelo a cuantos les rodeaban, los genios más grandes de la historia del cine y de la historia en general. El Gordo y el Flaco, los hermanos Marx, Buster Keaton y muchos más que ahora no tengo tiempo de citar.

Se ignora a qué se debió semejante milagro. Lo cierto es que los tanques criogénicos comenzaron a chisporrotear, sonaron las alarmas, se produjo un follón de mil demonios y cuando el consejo de administración en pleno de "Vitam post mortem" llegó al lugar de los hechos, ya andaban danzando por allí, en pelota picada, naturalmente, porque las ropas no pueden ser criogenizadas, no sé si ustedes ignoraban este hecho. No es para ser descrita la escena. Nos limitaremos a constatar que facilitarles ropas adecuadas a los resucitados no fue tarea fácil y sí muy divertida para ellos, para los cómicos, que se encontraban en plenitud de facultades físicas y mentales.

Se comenta que un científico loco, de esta empresa loca donde las haya, inyectó en las tuberias de plático que suministran lo necesario a los tanques un nuevo remedio que estaba experimentando: el cura-lo-todo AZ elevado al cuadrado. Esta parece ser la causa más lógica de lo acaecido. El Gordo, nada más salir de su tanque en pelota picada, se rascó las almorranas, descubriendo con asombro que ya no tenía almorranas. En cuanto le encontraron un traje adecuado y comió por los años que no pudo hacerlo (pidió hamburguesas con cebolla y pepinillo) se enteró de lo sucedido. Su amigo El Flaco compareció a su presencia rascándose la cabeza, para descubrir asombrado que ya no le picaba. El Gordo solicitó información no del año en que se encontraba la humanidad, que no le interesaba nada, sino del humor que se estaba haciendo actualmente.

Quiso la suerte que una bella azafata, allí presente, hubiera visto la noche pasada un programa de la CBS en el que se encomiaba el congreso mundial de humoristas por la paz del mundo que se estaba celebrando en el Hotel Joie de Vivre. No hizo mas que enchufar el televisor y apareció el rostro de Brunelli ocupando toda la pantalla. Respondía a una pregunta de una intrépida reportera de televisión.

-¿Puede decirme, señor Brunelli, qué espera de este congreso de humoristas por la paz en estos tiempos de violencia y crujir de dientes?.

Al Sr. Brunelli le entró la bien llamada risa tonta y no hubo manera de sacarle respuesta alguna.

-¿Quién es ese payaso, ese tal Brunelli?. Clamó el Gordo a grandes voces.

Es el humorista number one - le dijo la linda azafata, la más bella entre las bellas seguidoras de Brunelli- al menos es lo que él dice.

-Con que sí, ¡eh!, a ese payaso le voy ahora mismo a demostrar qué es humor y que los clásicos nunca morimos.

El Gordo cogió al Flaco del bracete y, rascándose la cabeza compulsivamente, me refiero al Flaco, los dos cogieron a la azafata con las manos que les quedaban libres y salieron de estampida hacia la zona de administracción donde en un santiamén les consiguieron pasaje en el primer avión hacia Ciudad-Luz.

Casi lo mismo pasó con los hermanos Marx y con otros viejos cómicos resucitados de improviso. Pero esa es otra historia. Lo importante es que Brunelli recibió un largo telegrama, lleno en un 90% de elogios y el resto con la escueta información de la resurreción de sus ídolos. En un principio creyó que se trataba de Priscila, por la longitud del telegrama, pero enseguida cayó en la cuenta de que su oronda figura era admirada en medio mundo. Se prometió visitar algún día a su linda admiradora anónima, la azafata de Vitam post mortem, para mostrarle su gratitud. Claro que tendría que esperar a que terminara el congreso y a que sus fobias y manìas obsesivo-compulsivas se atenuaran. Para lo último podía contar con el Dr. Sun y para lo primero ahora contaría con la presencia de los más grandes entre los grandes. ¡Suerte que tiene Brunelli !, a pesar de considerarse uno de los peores gafes que se conocen.


 

 

 

              EL LABORATORIO DEL PROFESOR CABEZAPRIVILEGIADA

 

 

 A pesar de la amistad que une a Hipo con el profesor lo cierto es que éste no conoce aún el laboratorio secreto que el más grande inventor desde Leonardo da Vinci tiene bajo una montaña en algún lugar sobre el planeta Tierra. Según rumores ésta es la presa más codiciada de la C.I.A. y de otros servicios de inteligencia.

 

Aprovechando un periodo vacacional, que el millonario Slictik se ha concedido a si mismo con gran generosidad por su parte, a este curioso personaje se le ocurrió llamar a su despechado al profesor donde le conminó a que le enseñara el laboratorio. Como quien no quiere la cosa la expedición se planificó y ejecutó casi sin tiempo material para otra cosa que no fuera agenciarse un medio de transporte. Como Slictik no deseaba utilizar al chofer habitual de su limusina, por motivos obvios de mantener el preciado secreto a toda costa, no tuvo empacho en telefonear a Hipo para que pusiera su utilitario a disposición del terceto. El coche del profesor es un ferrari testarrosa en color rojo violento que llama descaradamente la atención allá donde aparece. Razón por la que fue descartado sin apelación a pesar de las protestas del profesor que no se mueve sino es al volante de su bólido.

 

Así que muy de mañana, casi con el alba, Hipo, que aún se restregaba las legañas estacionó en el patio de la mansión del conocido millonario. Allí estaban ya el profesor que había dejado su ferrari en las cocheras de alta seguridad de la mansión y Slictik que llevaba para la ocasión un viejo vaquero remendado, una camisa a la que faltaban botones y un sombrero de cawboy para refugiarse del sol veraniego que en aquel momento asomaba un pelo de su rubia cabellera por el horizonte. El malhumorado millonario que no dejaba de meter prisa al dormido Hipo se apoderó del asiento del copiloto, sucio de papeles y migas de pan, y obligó al profesor a sentarse atrás con la disculpa de que era preciso vigilar a un conductor poco diestro.

 

Salieron a la autopista H-1, iluminada por los faros de una fila de madrugadores vehículos, y tras un largo y accidentado viaje hacia las montañas rocosas en el que no faltó de nada, ni lluvia, ni granizo, ni atascos, ni rayos y truenos, se desviaron por un camino de tierra hacia el malhadado laboratorio. Durante el camino Slictik aburrió a Hipo con toda clase de observaciones e improperios, acusándole de ser el ser humano más gafe de la historia desde que Pandora abrió el baúl donde los dioses habían recluido todos los males. Este que es muy sentido se prometió venganza.

 

En el primer rayo de sol menos fogoso que el resto que dijo haber descubierto -no se sabe si ayudado por algún artilugio regalo del profesor-  decidió parar el coche y buscar una sombra en el árido desierto. A pesar de su fama de gafe encontró un matojo que daba una sombra adecuada a su volumen. Sin decir nada, silencioso como un muerto, abrió el portamaletas y de una mochila vieja y grasosa sacó una bolsa de plástico con varias tarteras. Una estaba repleta de ensalada campera tal como a él le gusta, otra de tortilla de patata con pimiento y chorizo y envuelto en papel de aluminio varios trozos de jamón, chorizo, cecina casera y toda clase de sabrosas viandas adecuadas a una excursión campestre.

 

Sin encomendarse ni a Dios ni al diablo cargó con todo, se puso en bandolera una cantimplora de vino de Rioja que recibe todos los meses por correo aéreo, y se instaló a la sombra del matojo. Colocó un sucio trozo de plástico sobre la arena y comenzó a sacar viandas como un hambriento Sancho Panza.

 

Slictik, que vio el panorama oscuro en el horizonte y despejado a la sombra del castaño, a pesar de tratarse de un caluroso día veraniego, salió corriendo hacia Hipo pero en lugar de disculparse por su descortés comportamiento no se le ocurrió otra cosa que coger a Hipo del cuello de la camisa y endilgarle un desabrido sermón sobre sus gustos sanchopancescos y su falta de humanidad. Hipo se molestó aún más de lo que estaba y en cuanto pudo desasirse se sentó en la arena y tenedor en ristre comenzó a dar buena cuenta de la ensalada sin mirar a otra cosa que no fueran las patatas, lechugas, tomates y toda clase de ingredientes de que gusta aliñar sus ensaladas.

 

Slictik que sabe apreciar una buena comida allá donde la encuentre cogió la hogaza de pan blanco y el envoltorio de la cecina y se puso a comer a dos carrillos olvidado del profesor que desde el asiento trasero del coche no dejaba de mirar en su dirección con cara de pocos amigos. Ambos estaban tan ocupados en la faena que se llevaron la gran sorpresa cuando de pronto el profesor se sentó a su lado y sin el preceptivo "sorry" comenzó también a dar buena cuenta del avituallamiento.

 

Finalizado el ágape y animados por el vinillo se pusieron en camino hablando por los codos. El resto del camino se les hizo muy liviano a pesar de los baches y de que Hipo en un volantazo muy brusco al despertar de un breve adormecimiento a punto estuvo de sepultarles en un precipicio.

 

El laboratorio del profesor se encuentra bajo una montaña aprovechando una gran cueva natural. Es preciso abandonar el coche a la entrada de un desfiladero, trepar por un senderillo de cabras si las hubiera en las montañas rocosas, y tras deslizarse por un estrechísimo pasadizo por el que Hipo se vio obligado a pasar de costado, uno se encuentra con un alto vallado metálico electrificado. El profesor dijo las palabras mágicas que desactivan las defensas y el terceto pudo pasar al otro lado donde un enorme mastín con collar de púas saludó muy respetuoso al profesor moviendo la cola. En cuanto olió a Hipo se lanzó sobre él, se puso a dos patas, las otras las apoyó en los hombros del voluminoso ser humano amante de los animales, y sin encomendarse a nadie lamió los carrillos de su nuevo amigo. En cuanto se cansó de carantoñas fue directo a oler a Slictik pero algo no debió gustarle porque quiso emprenderla a mordiscos con el millonario que se había dado ya la vuelta e iniciaba una loca carrera. Gracias a los buenos oficios de Hipo y a las órdenes del profesor Slictik se libró de unas buenas dentelladas en el trasero.

Utilizando un diminuto mando a distancia el profesor abrió la cueva de Alí Babá disimulada en la dura piedra. Los tres mosqueteros acceden al interior bajando a las profundidades en una plataforma-ascensor. El trabajo de construir este laboratorio en plena roca debió de ser ímprobo. Solo la tecnología avanzadisima que posee el profesor pudo hacerlo posible. Al parecer en la construcción colaboró un robots última generación que bien hubiera podido edificar él solito el monasterio del Escorial.

 

Hipo y Slictik no pueden evitar asombrarse de la cabeza privilegiada del profesor. Ni en sueños imaginaron semejante despliegue de ingenio y medios. La primitiva covacha fue transformada en un gigantesco bunker donde no falta de nada, amplísimo laboratorio con todos los adelantos de la ciencia, dormitorio para el profesor y su servidumbre (una vieja nany inglesa y un rígido mayordomo) y posibles huéspedes. Por no faltar no falta ni una sala de cine al que el profesor es muy aficionado, salón para fumadores y no fumadores, comedor, cocina, bodega y surtida despensa. Biblioteca de Alejandría abundantes incunables y todo lo que un supermillonario en la sombra como es el profesor pudiera desear.

Les recibe el mayordomo James quien inclina la cabeza con rigidez de bisagra que nunca ha salido de sus goznes. El profesor le manda preparar bebidas para limpiarse el polvo del camino al tiempo que saluda a la vieja Nany, achacosa y medio sorda, que no deja de oprimirse las manos sobre el delantal de un blanco impoluto, al ver frente a ella a la gran pasión de su vida. Desde niño a cuidado al profesor sin concederse un segundo de descanso, hasta en sueños repasa sus obligaciones del día siguiente. Saluda a Hipo  quien se atreve a dar un casto beso en las arrugadas mejillas de la anciana. Esta se ruboriza y mira al suelo. Gesto que aprovecha Slictik para pasar de saludar a la vieja y apoderarse de un cómodo sillón orejero donde recibe la copa de manos del silencioso James.

Una vez recargadas pilas el profesor hace de cicerone sin pérdida de tiempo. Acceden al laboratorio por una gran puerta acristalada que el profesor abre con un guiño de su ojo izquierdo. Explica que una cámara fotoeléctrica enfoca su rostro y analiza el movimiento de su párpado. Si éste no coincidiera con el de su patrón no se abriría ni con la explosión de cien bombas nucleares. Este dispositivo crearía serios problemas en otra persona puesto que un estado emocional fuera de lo habitual impediría que el guiño fuera reconocido pero habida cuenta de lo impertérrito del carácter de este hombre tal peligro es impensable. Ya en el interior la pulcritud y limpieza extremas que se observa a simple vista hacen pensar en la mano de Nany. Ni una mota de polvo, cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa que tiene su correspondiente plaquita explicativa. Los inventos están ordenados por orden alfabético y nada que pueda ser inventado está ausente.

 

Hipo inicia el recorrido por su cuenta deteniéndose de pronto ante unos pendientes que llaman su atención.