jueves, 30 de junio de 2011

La Torre de Babel V




Maribél es la mujer más hermosa del mundo, la más explosiva después del explosivo plástico, la más despampanante después de las narices de Cleopatra, y lo que algunos machistas pensarán es una tomadura de pelo, pero es cierto, lo juro, y la más inteligente y culta del planeta, por encima de todos los machos cultos e inteligentes que han sido nunca en la historia humana. Y no lo digo yo solo, a quien ciega su belleza y a quien ha vuelto “turulato” su cuerpo desnudo entre mis brazos (¡uff, me va a dar un infarto!), su amante apasionado durante un tiempo y desesperado desde entonces, sino que también lo dice la prensa rosa (El “Ola del mar” en su edición monográfica sobre ella, dice, y cito textualmente: nadie se explica cómo una mujer tan bella pueda ser tan inteligente al mismo tiempo) y el resto de revistas del corazón, que no vamos a citar y pueden ver los elogios de todos los machos de pacotilla en Play Boy, todos los que llegaron a conocerla, más o menos íntimamente, quienes dicen entre otras lindezas: me alegra haber pasado por tonto a su lado con tal de haber disfrutado del más sensual cuerpo de la historia humana.
Pero ya conocerán a esta diosa en su momento. Ahora me veo obligado a “finiquitar” esta presentación por razones de espacio y tiempo, y tal vez hasta de dimensión (me he salido de ella al hablar de Maribél). Esto lo haré de inmediato, aunque no sin antes hacerles saber que la mayoría de quienes recibieron el telegrama acudió de inmediato o lo más rápidamente posible, incluido Milarepa, al rascacielos de Montparnás y allí permanecerán durante meses, esperando su parte en la cuantiosa donación del millonario Slictik. En dicho edificio nadie sabía nada y tan solo un guardia de seguridad muy extraño y que dijo llamarse Karl Future, les permitió el paso, previa acreditación en debida forma y se desentendió luego de ellos, por lo que muchos buscaron sitios para dormir y saquearon los frigoríficos de las plantas y las cocinas del restaurante existente en la planta baja. No puedo decirles aún si el tiempo que pasaron allí, antes de entrar en posesión de la donación y de formar el holding y la fundación mencionados, terminó con todas las existencias, obligándoles a saquear los restaurantes cercanos o si por el contrario, pudieron sobrevivir hasta que el nuevo holding compró una cadena de alimentación. Y no puedo decírselo porque no es el momento, no porque no lo sepa. Lo que sí estoy en condiciones de mencionar es que yo fui el único que se vio obligado a comer en los bistrots más baratos del barrio porque Karl Future no me permitió el paso, alegando que yo no era uno de los personajes de Slictik, y por lo tanto mi intromisión no sería bien recibida. Gracias a Maribél que una noche salió a cenar a un bistrot, más que nada por despejar la cabeza, y tuve la suerte de que fuera el mío, y tuve la increíble suerte de que aceptara cenar conmigo, y luego ocurrió el milagro de que accediera a acostarse conmigo en mi modesto hotel. Pero esa es otra historia, pito y repito.
Y es así como permanecen un mes tras otro, peleándose constantemente entre sí. La gendarmería parisiense hace acto de presencia cada dos por tres. Les ha detenido repetidas veces por escándalo público, pero se ha visto obligada a ponerles de inmediato en libertad dado el guirigay que arma el millonario Slictik cada vez que esto sucede.
Por estos y otros motivos el rascacielos, propiedad de un tal Slictik (millonario excéntrico donde los halla) hecho acreditado ante la comisaría parisina por un conocido bufete de abogados que presentó en su momento escrituras públicas de compraventa, es conocido ya, con mucha sorna, como “La Torre de Babel”.
Muchos de sus huéspedes se entienden en español, algunos en inglés y otros en idiomas tan variopintos como desconocidos. Están en total desacuerdo con todo o casi todo, excepto en presentar como salvoconducto un telegrama de Slictik con el que se creen con derecho a todo.
Las cosas no mejoraron hasta que, poco antes de Navidad, hizo acto de presencia en el hotel un monje tibetano, vestido con la consabida túnica azafranada, quien dijo llamarse Milarepa y les exhortó a cuidar de sus almas, de su espiritualidad y a comportarse como hermanos. Entonces alguien repartió algunas hojas escritas en un ordenador portátil e impresas con un sello y logotipo de una empresa “Grupo Slictik, empresas variadas asociadas”. En dichas hojas se anunciaba que el rascacielos era suyo y de todos los que aparecían en la lista adjunta, como se confirmaría en escritura que les sería entregada tan pronto se pusieran de acuerdo y llegaran a formar una sociedad o fundación altruista.. Se les advertía de que nadie podría pedir la venta del rascacielos y el reembolso de la parte correspondiente. Las condiciones de la donación de Slictik eran drásticas:
-El rascacielos sería de todos o de ninguno.
-No podría ser vendido, pignorado, hipotecado o alquilado.
-Es condición inexcusable la creación de una empresa o fundación en la que todos sean socios a partes iguales. Parte de sus ganancias se dedicarán a fines sociales y entre sus numerosos planes y metas siempre tendrá que haber alguno dedicado al bien de la humanidad, en general.
-Aparte del bien inmueble, o sea el rascacielos, existen otros bienes, tales como deduda pública y otras inversiones en la Societé du Credit Française, que podrían ser empleados por la nueva fundación “ad limitum”.
-El millonario Slictik les da las gracias.