DOCUMENTOS DEL VIEJO HOTEL VI
Trabajar con
personajes en un taller literario resulta complicado, al principio, aunque para
mi siempre es divertido. Para quienes prefieran un taller clásico, donde cada
cual exponga su opinión sobre los temas que van surgiendo, trataré de encontrar
algún sentido a las ideas y escenificaciones del Sr. Pardo. Su forma de ver el
nacimiento del lenguaje resulta bastante esperpéntica, aunque no debió surgir
de manera muy distinta. Eso sí, tras un muy largo proceso en el tiempo.
Al principio fue
la inteligencia, luego el lenguaje. ¿Cómo surgió la inteligencia sobre este
planeta? No creo en el misterioso monolito de la película 2001, odisea del
espacio, de Kubrik. De todas formas, surgiera como surgiera, el primer paso de
esa inteligencia era necesariamente el lenguaje. Todo ser inteligente tiene
necesidad de comunicarse con otros seres inteligentes y si no lo puede hacer
telepaticamente o por imposición de manos sobre la cabeza del otro, se verá
obligado a buscarse un instrumento, a la vez sólido y maleable. Sólido porque
no podemos estar todos los días inventando un lenguaje o cada vez que nos
encontramos con el otro. Era preciso que poseyera un mínimo de normas para que
a nadie se le ocurriera cambiarlas a cada minuto. Por otro lado tendría que ser
flexible como un chicle, para que pudiera adaptarse a las nuevas realidades que
iban surgiendo y que necesariamente debían de comunicarse a los otros.
El lenguaje
necesita ser preciso al tiempo que exquisitamente maleable para que pueda
comunicar las emociones más profundas del alma y las ideas más complejas. El
andamiaje que sostiene algo tan sutil, las estructuras que ayudan a que el
lenguaje no se nos escape de entre los dedos, como si fuera la fina arena de
una playa, son la gramática, la ortografía, el estilo, el vocabulario y todo
cuanto de una manera u otra ayuda a que los seres inteligentes podamos comunicarnos.
Ahora bien. La
pregunta es, ¿hasta dónde debería ser inflexible ese andamiaje? O dicho de otra
forma. Ni el lenguaje tiene por qué ser una religión, ni los académicos los
sumos sacerdotes de esa religión, ni las normas dogmas inamovibles que nos
mantengan encerrados en cajitas de plata, a salvo de la evolución de la vida.
Antes de pasar a estudiar cada una de las facetas del lenguaje deberíamos
preguntarnos si son necesarias aquí y ahora, si ayudan a la comunicación, que
debe ser el sentido último del lenguaje, o si en realidad no hacen más que
entorpecer y poner obstáculos al conocimiento del otro y de la realidad.
Desnudar las normas no debería convertirnos en herejes, al contrario, si no
podemos poner en solfa la herencia recibida, ésta pronto se convertirá en
nuestras manos en un peso muerto que nos llevará al fondo.
¿Es el lenguaje
moderno lo bastante flexible para adaptarse a la constante evolución de la vida
o las normas nos están ya sofocando? Desde luego no tendría sentido el ponerse
a recordar una norma tras otra si no tenemos claro su sentido dentro del
lenguaje. Creo que el Sr. Pardo lo explicaría de otra forma más amena y divertida,
pero eso llegará a su debido tiempo en el taller de personajes.