MATILDA
Normalmente
los padres sienten tal devoción por sus hijos que, aunque sean los más
repugnantes y repelentes del mundo, ellos piensan que son los más trabajadores
de la galaxia. Pero uno puede
encontrarse con padres que se comportan del modo opuesto. Los padres de Matilda
eran de esa clase.
Matilda
era una niña extraordinaria, superdotada, podríamos decir. Con tan solo un año
y medio ya sabía hablar perfectamente y su vocabulario era como el de la mayor
parte de los adultos. Sus padres, en lugar de alabarla, la reñían severamente
por ser tan parlanchina.
A
los cuatro años Matilda ya sabía leer y empezó a desear tener libros. Sus
padres, el señor y la señora Wormwood eran unas personas totalmente incultas,
para las que lo único importante era ver la televisión, por lo tanto, no tenían
libros.
Matilda
decidió ir a la biblioteca pública del pueblo. En muy poco tiempo ya se había
leído todos los libros para niños, así que decidió probar con los de adultos.
La bibliotecaria la ayudaba a encontrar libros interesantes y, así, fue pasando
el tiempo.
El
señor Wormwood era vendedor de coches de segunda mano. Los compraba muy baratos porque tenían muchos
kilómetros y la carrocería estaba hecha un desastre y con una mano de pintura y
algunas trampillas los vendía como si fuera un coche completamente nuevo, en
resumidas cuentas, era un estafador.
Matilda
empezó la escuela un poco más tarde de lo normal, ya que sus descuidados padres
se olvidaron de hacer todo el papeleo antes. Su profesora era la señorita
Honey, una persona apacible, a la que raramente se la veía sonreír, pero se
notaba que la gustaba su profesión. La señorita Trunchbull, la directora del
colegio, era todo lo contrario.
Cuando
Matilde fue a clase por primera vez, dejó asombradísima a la señorita Honey por
sus grandes cualidades intelectuales. Sabía leer, multiplicar perfectamente
números muy grandes. Una vez a la semana la Trunchbull iba a la clase de la
señorita Honey a hacer a los niños una especie de examen semanal. La Trunchbull
odiaba a los niños pequeños, pensaba que no servían para nada, solo para
estorbar.
Un
día Matilda se dio cuenta de que tenía un poder especial. Un poder que le permitía
mover objetos, con tan solo mirarlos. Matilda se lo contó a la señorita Honey.
Esta no se lo creía, pero Matilda se lo demostró. Esa tarde la señorita Honey
invitó a Matilda a ir a su casa. La señorita Honey era pobre. Su padre murió
cuando ella era muy pequeña y se quedó al cuidado de su tía, quien resultó ser
la Trunchbull, que la maltrataba y la obligaba a hacer todas las tareas de la
casa. Cuando la señorita Honey consiguió
trabajo, la Trunchbull la obligó a que cuando cobrara le ingresara el
dinero en su banco. Agatha era el
verdadero nombre de la Trunchbull.
Matilda
no estaba dispuesta a permitir eso y aprovechando su poder especial decidió
gastarle una broma muy pesada a la trunchbull. Matilda empezó a mover la tiza
con sus ojos y comenzó a escribir en la pizarra:
Agatha,
soy Magnus.
Soy
Magnus y harás bien en creerlo
Agatha,
devuélvele a Jenny su casa,
Sus salarios. Luego vete de aquí.
Si
no lo haces, vendré y me ocuparé
De
ti, como tú hiciste conmigo.
Te
estoy vigilando Agatha.
Luego
la tiza se cayó y se rompió en tres pedazos. Nadie volvió a saber nada de la
Trunchbull y la señorita Honey se trasladó a su nueva casa. Pero cuando esa
tarde Matilda fue a su casa sus padres estaban haciendo las maletas para irse a
España, para siempre. El señor Wormwood era un estafador y le había pillado la
policía. Matilde no quería separarse de la señorita Honey, así que les pidió a
sus padres que si se podía quedar a vivir con ella y sus padres aceptaron
encantados.
FIN