EL SUEÑO DE PESTOLAZZI
La
primera noche del día en el que se reabrió el hotel Pestolazzi se acostó tarde,
cansado de atender huéspedes y de las extravagancias de alguno de ellos. Roció
la habitación con esencia de rosas (no podía pegar ojo si rondaba algún mal
olor cerca) y tras tomarse una tila fría se acostó en su lecho, estiró las
sábanas hasta que éstas ocultaron su cabeza y dándose la vuelta hacia el lado
derecho se quedó dormido; no sin que antes pasaran por su cabeza toda clase de
pensamientos y por su corazón toda clase de sentimientos, algunos no muy
positivos.
En
lo más alto del Pico Agujas, en la cordillera de Las Bordadoras (así llamada
por el encaje de bolillos de sus crestas) Don Sata, con su capa negra al
viento, levitaba a unos metros del suelo. Pestolazzi, que lo contemplaba desde
lejos, se sintió atraído por él, como un gigantesco imán hubiera propulsado un
puñado de limaduras de hierro, se encontraran donde se encontraran éstas. Cayó a los pies de Don Sata y oyó su voz profunda
de bajo como una campana tocando a muerte en la noche.
-Pestolazzi,
todo el mundo será tuyo si postrándote a mis pies me entregas tu alma.
-Pero
señor, antes necesito saber qué sentiría si pierdo mi alma y hasta qué punto
sería mío el mundo que me prometéis.
-Tipejo
de poca fe. Levántete y mira.
Pestolazzi
se alzó y observó a su alrededor. El paisaje era hermosísismo. Siguiendo la
dirección del dedo que D. Sata extendía, primero en una dirección y luego en
otra, pudo ver el ancho mundo, todas sus gentes y todas sus pompas.
-Me
interesa señor. ¿Hasta qué punto sería mío?.
-Tú,
Pestolazzi, dominarías los pensamientos de las gentes, desde la sombra de sus
subconscientes, y sus conductas, con impulsos irresistibles que achacarían a
sus deseos malsanos. Como si fueras el dedo del destino precipitarías los
acontecimientos en la dirección que indique la flecha de tus deseos.
-Esto
está bien. ¿Pero qué sentiría si pierdo mi alma?
-Nada.
¿Quieres que te muestre a todos aquellos que ya la han perdido?
Y
señalando el horizonte Pestolazzi pudo ver cómo se iban formando en el cielo el
rostro de aquellos que dominaban el mundo. Personajes todos muy conocidos,
cuyos nombres no vamos a desvelar por miedo a las represalias.
-Sí,
estoy de acuerdo con usted, Don Sata, no creo que ni uno de ellos sienta por un
instante el vacío que supone haber perdido su alma a sus manos. De acuerdo.
Aquí tiene mi alma y sea lo que Dios quiera....