viernes, 28 de junio de 2019

ALFREDO EL MONTAÑERO






         ALFREDO EL MONTAÑERO

      NARRADO POR SU HIJO QUE QUIERE CONSERVAR EL ANONIMATO

Sí, ese soy yo, y no insistan porque me niego a dar mi nombre y apellidos. No es que mi papá, al que llamaremos Alfredo utilizando un alias muy común, sea un peligroso ogro capaz de devorarme de un solo bocado, pero sí es cierto que temo su santa cólera, y lo que es aún peor, tener que pagar los platos rotos que él rompería sobre mi cabeza. Como todos los hijos no independizados ando corto de pasta, tan corto que he tenido que mangarle a mi progenitor un par de bolígrafos para escribir esta crónica.

Aunque espero encontrar editor para esta biografía familiar no autorizada -necesito urgentemente un adelanto- al mismo tiempo ando temeroso y cabizbajo ante semejante posibilidad. Mi papá, Alfredo, es un amante de la montaña, de todos los deportes de riesgo, de todo lo que sea raro, raro, raro, y sobre todo le gusta leer sobre estos temas. Acostumbra a visitar las librerias al menos un par de veces al año, coincidiendo con las pagas extraordinarias, y se compra tantos libros como puede ocultar a su santa, mi mamá, que en cuanto observa un libro nuevo en casa ya está chillando: ¡Alfredo!, que vamos a tener que salir nosotros para que entren tus libros. Aún confío en que si estas crónicas se publican puedan pasar desapercibidas, si los nombre que aparecen en la portada no llaman la atención de mi padre quien bien puede llegar al cupo antes de tomar en sus manazas este hipotético y futurible libro.

Pero comencemos cuanto antes la historia o los lectores me considerarán tan pesado como mi papá, que suele contar sus aventuras con tal prolijidad de detalles que la familia suele pedirle una historia cuando anda insomne. Alfredo fue un apasionado adorador de la montaña desde niño.