sábado, 12 de febrero de 2011

Hotel de los disparates III






HISTORIA DEL PAÍS DE LA ALEGRÍA
Los países nacen como los champiñones, de un humus putrefacto. La tierra es de todos, decían los apaches, puesto que el gran Manitú nos la entregó a todos y no designó a nadie jefe de nadie; no separó las tribus con cercados, ni puso un letrero a la entrada de cada parcela. Bien, eso es cierto. Lo que no impidió que las tribus guerrearan entre sí por un quítame allá ese coto de bisontes. Así es la naturaleza humana.




Por esas razones y no otras los países nacieron: por capricho de reyes absolutistas, por tratados torticeros, por conquistas violentas, por guerras de los treinta o de los cien años, por compras a bajo precio o por cualquier otro motivo que se les ocurra. Tras estas cuestiones hay dinero, siempre hay dinero (ese papelito inventado por Monsieur Moneoi).

El país de la Alegría no podía ser menos, ni librarse de estas servidumbres. Su nacimiento tuvo que ver con una dictadura que cayó como fruta madura y con unos ricachones, aposentados en sus costas, que subvencionaron con ingente “móney” a un aspirante a la presidencia. A cambio exigieron la independencia del trozo de costa donde habían situado sus mansiones.

Así un día cualquiera de un mes cualquiera, de un año cualquiera (las fechas solo sirven para romper la cabeza de los estudiantes de historia) se oyeron trompetas en la plaza del Ayuntamiento de la villa, una ciudad costera, pequeña y turística, se izó una bandera, naranja, con ribetes azules y verdes, y en el centro de la misma un bikini sobre una playa amarilla y un mar azul cielo.

Un hombre de paja, lameculos profesional, leyó un discurso, lírico y heroico, dando la bienvenida a la vida al nuevo país. Tras él un nutrido grupo de millonarios en bermudas y sus esposas, en bikinis, brindaban con champán.

El país se sentía democrático. Las elecciones se convocarían dentro de una anualidad, el parlamento se elegiría por… un bikini o una bermuda…un voto, y las fuerzas armadas y de seguridad estarían formadas, provisionalmente, por los matones y guardias de seguridad gentilmente donados por aquellos ínclitos ciudadanos que tenía a sus espaldas. Quienes ofrecían en el día de hoy, fiesta nacional, comida y bebida gratis a todos los habitantes del nuevo país. Esa noche habría fuegos artificiales y barbacoa en la playa. Habría baile por calles y playas, amenizado por orquestas caribeñas y agrupaciones samberas y al día siguiente sería nombrado un embajador ante la ONU, encargado de conseguir suficientes votos para que la nueva nación fuera admitida y reconocida en la sociedad de naciones.

Esa misma noche se inauguró el Hotel “Joie de vivre”, posteriormente conocido como “Hotel de los disparates”. Se encontraba vacío, por no haber no había ni personal. Por eso fue invadido por la turbamulta, quien se apoderó de las habitaciones y suites más lujosas, donde hicieron lo que les vino en gana, a pesar de los esfuerzos de su nuevo y desconocido director, el Sr. Pestolazzi, nombrado por el consorcio de millonarios anónimos, propietarios del edificio.